¿Por qué interesa más Brasil que Ucrania?
Rosa Massagué
Periodista
ROSA MASSAGUÉ
La coincidencia de las elecciones el mismo día en Brasil y Ucrania ofrece un curioso retrato de qué es lo que más nos interesa. Mientras Brasil ha merecido un gran despliegue informativo en los medios, tanto escritos como audiovisuales, el de Ucrania ha sido infinitamente inferior. De ahí la pregunta del título, una pregunta que seguramente tiene más de una respuesta.
Brasil genera empatía. Más allá de que todos los aficionados al fútbol, sin distinción de equipos, tengan a un brasileño en su relicario, o que a todos guste la samba y la 'caipirinha', aquel es un país que en pocos años se ha convertido en una de las economías emergentes con mayor empuje del planeta. Es un país que, geográficamente, nos pilla muy lejos, pero por otra parte, ofrece grandes oportunidades de negocio como bien saben los inversores españoles.
Por el contrario, Ucrania suscita una sensación de cansancio. Es vista, como me señalaba un amigo, como una rémora de un pasado que no acaba de cerrarse. Pero las consecuencias de lo que ocurra allá pueden afectarnos mucho más directamente de lo que pueda pasar en Brasil. De entrada, está en Europa y vive una situación de guerra alentada por Rusia. Ha visto como le desaparecía un pedazo de su territorio, Crimea, anexionado a la brava por Moscú, y no controla una parte de su geografía.
Lo que ocurre en Ucrania es el conflicto más importante registrado en el continente desde el fin de la guerra fría. El país es además fundamental para la seguridad energética de la Unión Europea.
Los ucranianos han sido capaces de salir a la calle y desafiar todo tipo de inclemencias, incluso la violencia, porque quieren ser europeos, porque quieren algo en lo que todos deberíamos estar de acuerdo, aquí y allá. Quieren el fin de la corrupción. Este fue el auténtico resorte de la protesta, la podredumbre del poder que ha dejado a aquel país en un estado de absoluta miseria y desgobierno.
Sirva de ejemplo la comparación con la vecina Polonia que ha sido capaz de situarse en una excelente posición dentro de la UE. Cuando se independizaron, ambos países tenían una situación económica parecida. Hoy, el PIB de Polonia es de 21.000 dólares, mientras que el de Ucrania es poco más de una tercera parte.
En este desinterés o menosprecio por cuanto ocurre allí hay también un elemento ideológico que no es menor. De la misma forma como la derecha y la izquierda españolas coinciden en su antiamericanismo, tienen una misma postura favorable a Rusia o, en el mejor de los casos, acrítica. La izquierda en particular hace suya la versión difundida hasta la saciedad por la propaganda rusa que califica a los ucranianos que no son prorrusos de fascistas.
Ciertamente, los hubo en el Euromaidan y hay organizaciones que se inspiran en el fascismo como el Pravy Sektor o el ultranacionalista Svoboda, pero no solo no son mayoría. Los electores los han dejado fuera del Parlamento.
Decía Carl Bildt, uno de los pesos pesados de la diplomacia en Europa, que en las elecciones del pasado domingo no solo estaba en juego el destino de Ucrania, sino también el futuro de una parte importante de Europa. Lo resumía diciendo que "el futuro de Ucrania decidirá el de Rusia y éste tendrá repercusiones importantes en Europa".
No es poco como para que no le prestemos la debida atención. Por proximidad geográfica, por interés estratégico y energético y por solidaridad con quienes quieren alcanzar lo que nosotros ya disfrutamos, aunque sea con muchas imperfecciones.
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