Al contrataque
Oscar y la identidad
El modisto De la Renta fue un verdadero difusor de identidad y memoria
Ángeles González-Sinde
Escritora y guionista.
ÁNGELES GONZÁLEZ-SINDE
Me contó que había estudiado Bellas Artes y que sus padres, muy tradicionales, no querían enviarle a París y solo accedieron a que viajara a Madrid. Como provenía de la República Dominicana, carecía de ropa de abrigo, por lo que tuvo que acudir a un sastre y hacerse un par de trajes y un gabán. Tenía 19 años y viendo las manos del artesano elegir los tejidos, medir, cortar, hilvanar y fruncir descubrió un oficio que jamás había considerado. Quiso construir él también formas para expresar realidades, pero en lugar de en el lienzo o el barro, como en la escuela de Bellas Artes, sobre el cuerpo humano. La España de los años 50 era muy formal, su burguesía y su esmirriada clase media estaban poco expuestas a las influencias extranjeras, no se andaba en mangas de camisa como en Dominicana, una muchacha con pantalones se arriesgaba a ser degradada, pero él comprendió este país atrasado y extravagante. Aprendió con Balenciaga y se dio cuenta de cuánto se inspiraba el maestro en la pintura española. El arte al fin y al cabo también era su caudal de conocimiento, así que se sintió reforzado por el ejemplo y arrancó una carrera que le llevó primero a París con una oferta de la casa Dior. Sin embargo, él prefirió presentarse ante Antonio del Castillo, modisto español que dirigía la casa Lanvin, con la convicción de que el idioma compartido, el castellano, le daría ventaja. Y así fue, su trayectoria fue tan próspera como audaz.
Oscar de la Renta tenía muchas cualidades, pero destacaban la conciencia de su identidad y el buen humor. No le costaba desvelar en las entrevistas por qué nunca, desde que vivió en España, había dejado de usar traje y corbata: demasiadas veces su piel tostada y su acento latino habían hecho que porteros de exclusivas fincas y finos restaurantes le remitieran a la puerta de servicio. Con un atuendo elegante y cuidado combatía el prejuicio. Guerreaba además con otras cosas: su inteligencia, su arrojo y su actividad a favor de nuestra/su cultura. En los últimos años, y a pesar de su enfermedad, se entregó con compromiso y energía a promover en Nueva York exposiciones de Balenciaga, de pintura española, de Fortuny o de trajes populares (lo que antes se llamaba regional y hoy se llama ¿étnico?). A pesar de la frivolidad que pueda transmitir la industria de la moda, él fue un verdadero difusor de identidad y memoria.
Atentos al talento
Hoy en nuestro país viven miles de adolescentes dominicanos, ecuatorianos, colombianos, peruanos, bolivianos, hijos de inmigrantes. Me pregunto cuántos Oscar de la Renta habrá entre ellos. Hay que estar muy atentos, porque es posible que, a pesar de nuestros prejuicios, el día de mañana sean profesionales de talento y, como a Oscar, tengamos que darles las gracias.
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