PALABRERÍA
Nunca quise creer
Pau Arenós
Coordinador del canal Cata Mayor
Periodista y escritor, con una quincena de libros publicados, entre ellos, novelas y cuentos, y media docena de premios, como el Nacional de Gastronomía. Ha estado al cargo de las revistas 'Dominical' y 'On Barcelona'. Entre las últimas publicaciones, 'Nadar con atunes y otras aventuras gastronómicas que no siempre salen bien' y 'San Elvis, ruega por nosotros. Crónicas de un tiempo irreverente'
PAU ARENÓS
Clima. Nunca quise creer en el cambio climático y un día salí de casa y me hundí en el mar. Otra mañana cerré la puerta y me arrastró un huracán. Y una tercera quise volver a casa y ya no estaba.
Agua. Nunca quise creer que las aguas se contaminaban y seguí echando aceite de freír patatas y pescado por el fregadero, y las pilas en la basura, junto a los huesos de pollo y las lechugas marchitas. Al cabo de los años, prohibieron el consumo del grifo. Cerrábamos la boca al ducharnos para evitar que los metales pesados nos convirtieran en pesos muertos. El pelo comenzó a caer y algunos se tornaron albinos y después, transparentes. Desde entonces, nos abastecemos de camiones cisterna y aprendemos de los gatos.
Educación. Nunca quise creer que la educación pública y universal era necesaria hasta que el operario escribió en la factura: “Reparasión de bardosas, canbio de canelón y hampliación de desaue. Pago recivido”. Le pagué sin faltas de ortografía.
Pegar. Nunca quise creer que las palizas a inmigrantes eran un acto racista, sino más bien algo ajeno y pendenciero, de gente marginal. Estaba en el metro y un joven con la cabeza rapada y los bíceps amontonados me dijo que me levantase porque quería sentarse. Me negué y me dio un puñetazo. Con la nariz ensangrentada, me apeé en la siguiente estación. Nadie salió en mi auxilio. Todos miraron hacia otra parte. También yo, aunque esta vez con el ojo morado.
Diarios. Nunca quise creer que los diarios desaparecerían. Busqué quioscos y solo di con el recuerdo de las casetas en las esquinas, sombras en las aceras. En el que encontré con la persiana levantada pedí un periódico y me ofrecieron, como única lectura, una cajetilla de tabaco. El papel se había secado. Fue una decadencia pública ante la que cerramos los ojos. Poco a poco, los viejos periodistas se fueron extinguiendo y solo sobrevivieron aprendices mal pagados que llenaban las webs con las notas con las que las instituciones falseaban la realidad. No había manera de distinguir qué era verdad y qué mentira. Los poderes, sin control y con gran capacidad de propaganda, multiplicaron su reputación. Hicieron con nosotros lo que quisieron.
Sanidad. Nunca quise creer en la sanidad pública. Hasta que dejé de poder pagar la privada.
Manifestación. Nunca quise creer que debía manifestarme por mis derechos. Como no los pedí, se los quedaron.
Igual. Nunca quise creer que las mujeres fueran iguales a los hombres, por eso las elogiaba diciéndoles que eran superiores.
Votar. Nunca quise creer que vivía en una democracia enferma, pero intenté ir a votar y no me dejaron.
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