Elecciones en Bolivia: de la alternativa a la hegemonía

LLUÍS BASTEIRO

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Sacarle 35 puntos al segundo candidato en primera ronda de unas presidenciales no es algo habitual. Incluso parece una cifra exagerada, poco estética y hasta algo obscena. Pero así viene pasando regularmente en Bolivia desde que en diciembre de 2005, el entonces dirigente cocalero Evo Morales ganó las elecciones al frente del Movimiento al Socialismo (MAS), con 25 puntos de ventaja sobre el segundo candidato. Desde entonces, Evo Morales ha enlazado 6 victorias electorales en el ámbito estatal, con una ventaja media de más de 33 puntos porcentuales sobre la segunda opción. El MAS se ha convertido en una maquinaria electoral imbatible, que tiene a la derecha opositora en la lona, que ya gana (fácil) también en Santa Cruz, y cuyo único reto es sobrevivir a un Evo que ha alcanzado un rol cuasi-mesiánico. De hecho, una de las pocas incógnitas que quedan por resolver con el escrutinio oficial, es saber si el MAS va a alcanzar los dos tercios mínimos de senadores y diputados, que está acariciando, y que le permitiría aprobar una nueva postulación a presidente el 2019.

Varias son las claves que explican esta hegemonía. Sin duda, una de las principales, es que la oposición de derecha no puede esgrimir el argumento de la economía, que ha pasado a ser patrimonio del MAS. Casi nadie podía imaginar el 2005 que, 9 años después, el punto fuerte de la campaña del MAS sería justamente ese. Multiplicar por diez la inversión pública, un crecimiento anual del 5%, y el aplauso recurrente (e incómodo, según apunta el propio presidente Morales) del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional a su gestión económica, desactivan el discurso de la oposición neoliberal. Oposición, además, especialmente torpe, ya que ha realizado propuestas absolutamente suicidas en plena campaña, como sugerir que los beneficios de los hidrocarburos se repartan al 50% entre el Estado y las empresas transnacionales, cuando nadie en Bolivia duda de que el punto de inflexión de la realidad socio-económica de este país se produjo cuando Evo Morales cambió los contratos con las transnacionales, reduciendo sus regalías al actual 18%. Y las transnacionales no se han ido, siguen en Bolivia.

Y todo ello pese a que cuando el MAS llegó al poder, el 2005, anunció un cambio de paradigma económico que, realmente, no se ha llegado a dar. Las tesis pragmáticas se han impuesto a las corrientes más visionarias, y lo que debía ser una estación intermedia en el tránsito hacia una economía social-comunitaria, ha resultado ser la estación final: un capitalismo de Estado con enfoque social donde, ahora sí, el rebalse de riqueza llega también a los estratos de población más vulnerables.

El 2005, a su llegada, el MAS también anunciaba un segundo cambio de paradigma: el ambiental. Sin embargo, el pragmatismo economicista ha enterrado cualquier atisbo de una gestión ambiental diferente. Si bien en las cumbres internacionales, como las del cambio climático, Bolivia ha jugado un rol determinante y ha liderado aquellas posturas contrarias al saqueo ambiental, a la hora de la política doméstica no ha quedado casi nada de esta visión. En estos años, Bolivia ha profundizado su matriz extractivista: minería, hidrocarburos, ampliación de la frontera verde, etc. Y lo está justificando todo en pos de una industrialización que todavía anda muy rezagada respecto de unas perspectivas que se han mostrado demasiado ambiciosas. Sin embargo, lo que resulta indiscutible es que el debate sobre la pérdida de esencia en temas ambientales del llamado proceso de cambio solo interesa a unos pocos intelectuales y a los sectores críticos, por la izquierda, con el gobierno del MAS. Para el grueso de la población, el debate simplemente no interesa, y más bien el extractivismo y su incipiente industrialización se valoran positivamente. Así, el conflicto del Parque Nacional Isiboro Sécure, donde la protesta de las comunidades indígenas contra la construcción de una carretera por su territorio acabó con 400 de sus líderes detenidos, no ha erosionado prácticamente al MAS.

Por último, el MAS ha hecho gala siempre de un tercer cambio de paradigma: el social. Y ahí sí que se debe indicar que el cambio ha sido rutilante. Las comunidades indígenas y campesinas, y los movimientos sociales asociados, especialmente de las tierras altas, han irrumpido como actor político y social. Y lo han hecho no solo para hacerse escuchar, sino para ser determinantes. Ha habido un resurgir de lo indígena, de lo rural, de lo campesino. Solo a partir del voto masivo de estos sectores se entienden las holgadas victorias de Evo Morales y su hegemonía política. Hegemonía política que pretende extender hasta el 2025. Y es que llegará el día, no muy lejano, que el MAS será la opción de voto, irónicamente, de quienes no ya quieran más cambios.