Vivir montado en la montaña rusa
La intranquilidad, como el sueño de la razón, también produce monstruos
Josep Maria Pou
Actor y director teatral
JOSEP MARIA POU
Vivo sin vivir en mi, que decía Santa Teresa. Porque no me negarán que esto es un sinvivir. Un vivir en frágil equilibrio. Un vivir montado de perpetuo en una montaña rusa con el estómago subido a la garganta. No pido la tranquilidad absoluta, ni siquiera la verdad absoluta, porque doy por seguro que lo absoluto no existe (y cuando existe, si existe, tampoco está claro que sea bueno para la existencia), pero sí un poco de respiro. Porque la intranquilidad es malsana. La intranquilidad está habitada de miedos, de fantasmas, de medias palabras y de castillos en el aire. Cuidado: la intranquilidad, como el sueño de la razón, también produce monstruos.
Los acontecimientos que vienen sucediéndose en las últimas semanas nos tienen a todos enfermos de hipertensión. Sí es cierto que la ilusión, la esperanza, el deseo, la visión de la tierra prometida, hacen el camino llevadero, pero, insisto, cuidado, no vaya a ser que nos dé el infarto nada más llegar y nos quedemos sin pisarla.
Señores que pueden, por favor, háganlo más facil. Que se puede, seguro que se puede. Ya no digo un camino de rosas, pero con que alguno de ustedes se mordiera la lengua de vez en cuando, bastaría. Con que alguno de ustedes, desarrugara el ceño. Con que alguno de ustedes se marcara unos pasos de baile. Con que alguno, con esto me conformo, contara hasta siete millones antes de hablar. O hasta 40.000 millones.
El hablar prudente, comedido y suave tiene efectos beneficiosos para la salud. Pónganlo en práctica, háganme caso. Será bueno para ustedes. Y, sobre todo, para muchos de nosotros que ya no sabemos cómo pasar de la risa al llanto, del aplauso al abucheo, del asombro a la indignación, en décimas de segundo. Los músculos faciales ya no dan más de sí. Y corren el peligro de convertirse en máscara.
No sé por qué me dá por hablar de esto esta mañana. Quizás porque, como todas las mañanas, dudo entre el cruasán y la tostada con aceite, entre coger o no coger el paraguas, entre ir andando o tomar un taxi. Dudo. Tengo la buena costumbre de ponerlo todo en cuestión. De hacerme preguntas y obligarme a las respuestas. De no conformarme con la verdad sobrevenida. De no obedecer a ciegas. De leer, todavía, a Bertolt Brecht: «Cuando alabéis la duda, no la confundáis con la falta de esperanza. ¿De qué le vale dudar a quien no puede decidir? Y tú que eres dirigente, no olvides que lo eres porque antes dudaste de los dirigentes. Permite, pues, a los dirigidos, dudar».
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