La rueda
El oficio de ser padre
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
OLGA MERINO
Los demonios familiares constituyen un inmenso tema literario, una cantera inagotable de subtramas por las medias verdades escondidas bajo la alfombra, por los chantajes emocionales, por las sombras de la relación paterno-filial. Tantas que, a tenor de lo escuchado en el Parlament, la casa de los Pujol debía de parecerse al castillo de Hamlet en Elsinore. El 'avi0 Florenci, el que trapicheaba con dólares en Tánger, mantenía con su hijo una relación distante, entre la admiración y el temor, y otro tanto le sucedió al 'exmolt honorable' con sus siete vástagos: no tenía ni repajolera idea de lo que hacían con los dineros. Eso vino a decir.
Pasaban cosas así con los progenitores de mi infancia. Solo se les veía el pelo a la hora de la cena y no se enteraban de la copla a menos que las madres les filtrasen la información, en un delicado equilibrio de lealtades. Fueron padres que no ejercieron como tales. Pero Jordi Pujol sublimó la dejación de funciones en casa proyectando su paternidad sobre el conjunto de la nación. Un papel en el que quiso redundar el viernes despachándose con una bronca bíblica, como si hubiese pillado al hijo rebelde con un canuto en el portal.
Soberbio, iracundo, displicente, con algún puñetazo sobre la mesa, se atrevió a hablar de honestidad y moral. ¿Pero en qué mundo vive el 'expresident'? En algún momento del sermón, recordó al padre tiránico de Kafka, aquel a quien el escritor checo escribió la carta amarga: «Desde tu sillón gobernabas el mundo. Tu opinión era la exacta y cualquier otra era absurda, alocada, excéntrica, anormal. Y tu confianza en ti mismo fue tan grande que ni siquiera necesitabas ser consecuente para que continuaras teniendo la razón». Y de explicaciones, de un pelín de humildad, nada. Los 'som sis milions' de entonces, a dos velas y amasando pelotillas en el barro como el pobre Gregorio Samsa, a quien el desconcierto convirtió en escarabajo.
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