Cruzar el río, construir el puente
Demasiado a menudo todos juntos caemos con facilidad en el uso de la metáfora para explicar nuestras ideas. Hace unas semanas un buen amigo se inspiró en la lectura de “London”, la monumental novela sobre Londres de Edward Rutherfurd, para dibujar una imagen bastante brillante sobre el momento en que se encuentra el movimiento en favor del derecho a decidir, que también me hago mía.
Si ejercer el derecho a decidir lo imaginamos como el cruzar un río, no se trata de pedir a la gente que se tire al agua y que nade cómo pueda hasta la otra orilla, sino que aquello que hay que hacer es construir un sólido puente que permita a la inmensa mayoría de la gente atravesarlo. Hay que concebirlo de este modo porque quizás muchos no saben nadar, u otros tienen respecto a la bravura de las aguas que bajan o a su profundidad. Otros quizás llevan una mochila muy cargada que les pesa; la corriente es ancha y baja fuerte. No se trata que sólo los más exaltados, los más audaces, los que tienen menos a perder, los que van más ligeros de equipaje o que los que tienen más determinación lleguen al otro lado, sino que lo haga la mayoría y lo haga de manera irreversible.
Estos días, después del enorme éxito de la movilización cívica de este 11 de septiembre y ante la perspectiva de unas semanas intensas y decisivas, con la aprobación de la ley de consultas y la correspondiente convocatoria del 9 de noviembre por parte del Presidente Mas, los más impacientes tienen la tentación de pedir a la gente que se tire al río, sin importarle demasiado las consecuencias de todo. Otros, estoy convencido que la inmensa mayoría, tenemos ganas de cruzar el río a través de un puente sólido y en compañía de todos.
Y este puente lo tenemos que hacer bien, con pilares resistentes, muy afianzado en tierra, macizo y compacto.
Cogiendo prestadas las palabras de Ferran Requejo, la consulta del 9-N hay que celebrarla con todas las garantías legales y procedimentales que legitiman su resultado; el peor que podríamos hacer es pedir a la gente un esforzado gesto político aquel día que sea fácilmente no legetimo por parte del Estado y los adversarios del derecho a decidir. Y todavía peor sería hacer el ridículo.
Vivimos días decisivos, que piden determinación y audacia, pero sobre todo la unidad, la inteligencia y la seriosidad que nos hará imparables para construir la historia.
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