El otro futuro chino

Pekín ocupa una posición cada vez más importante en el contrapoder internacional a EEUU y la UE

XULIO RÍOS

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La gira que ha realizado este verano el presidente chino Xi Jinping por América Latina ha evidenciado con mayor contundencia el afán de Pekín por dar nuevos pasos que ofrezcan cobertura a sus proyectos y ambiciones. La decisión de los BRICS de crear un banco para el desarrollo y establecer un acuerdo de reservas de contingencia muestra cierta insatisfacción colectiva con el proceder de los países más desarrollados, incapaces hasta la fecha de abrir huecos aceptables para gestionar la nueva realidad internacional que aflora desde hace años. Los llamamientos para aumentar su representatividad en la gobernanza económica global (FMI, Banco Mundial…) siguen bloqueados. Aquellos que más reformas reclaman a todos resultan ser los menos inclinados a la propia reforma. Poco se puede objetar, pues, a los intentos de crear alternativas a las instituciones occidentales cuando estas pierden legitimidad. China anima ese esfuerzo y las nuevas plataformas le permitirán aumentar su influencia global sobre la base de otras prioridades e intereses.

Pero el esfuerzo chino va mucho más allá de lo estrictamente económico-financiero, aunque este sigue siendo la punta de lanza de su estrategia. Recientemente hemos visto cómo en la Conferencia sobre Interacción y Medidas de Confianza en Asia (CICA) celebrada en Shanghái, la misma ciudad que acogerá el nuevo banco apadrinado por los BRICS, China desveló la intención de convertir este foro en una pieza clave de su política de seguridad en la región bajo el principio de que deben ser los asiáticos quienes resuelvan sus problemas.

Tampoco podemos pasar por alto el progresivo asentamiento de la Organización de Cooperación de Shanghái, un foro político y militar con énfasis en la lucha contra el terrorismo que ya ha cumplido una docena de años. Para China, este mecanismo constituye una pieza clave para blindar una región, Asia Central, de gran importancia para sus intereses energéticos y geopolíticos.

A ello hay que sumar los foros regionales. La visita de Xi a América Latina ha puesto fecha al último de ellos, la cumbre China-CELAC, pero mecanismos similares ya funcionan con África, con los países árabes o con los países de Europa central y oriental. Todos ellos indican puntos regionales de anclaje global que visualizan una clara estrategia orientada a hacer girar regiones claves del mundo en torno a China aprovechando su tirón económico y financiero. En junio, sus reservas de divisas rondaron los cuatro billones de dólares.

Todo ello va conformando una nueva estructura internacional, con China ocupando una posición cada vez más central, que opone nuevos acrónimos a una realidad institucional hasta ahora dominada en exclusiva por EEUU y la UE, con poca flexibilidad para ceder en sus posiciones ante la nueva realidad emergente. Podemos interpretar que estos nuevos datos ratifican la percepción de una estrategia agresiva por parte de una China que trata de optimizar sus oportunidades en un contexto de persistencia de la crisis en los países más desarrollados de Occidente, pero es evidente igualmente la incapacidad occidental para ceder un ápice en las posiciones adquiridas. Esto facilita a China un argumento de difícil contestación al verificar que su proyecto no tiene cabida en el statu quo actual.

Aun así, está por ver si los nuevos instrumentos colman las expectativas de ese mundo en desarrollo que China se apresta a liderar tácitamente, y también si es capaz de vehicular sus políticas en foros multilaterales compartiendo intereses y prioridades no siempre coincidentes. Aunque afines y con importantes puntos en común, el acomodo con sus socios le exigirá adoptar nuevas percepciones que pueden afectar a su peculiar concepción de la soberanía nacional, un valor clave de su política exterior. Bien es verdad que una financiación generosa e incondicional en los precarios tiempos actuales puede contribuir a moderar la heterogeneidad de los países involucrados, pero las contradicciones que acumulan no se evaporarán por arte de magia. Se requiere, por lo tanto, el desarrollo de una cultura política de nuevo tipo que permita fortalecer aquellas habilidades asociadas a un liderazgo benévolo.

La estrategia china es una estrategia oblicua que trata de sortear los diques interpuestos por los países ricos para contener una emergencia por otra parte imparable. Nadie parece buscar el enfrentamiento directo, pero el paulatino rediseño del mundo al que estamos asistiendo se completará previsiblemente con una dinámica de argucias que a modo de palos en la rueda activará la competencia, confiemos que pacífica. Por otra parte, China precisa afinar su política y su imagen en el propio mundo en desarrollo, donde persisten por igual la admiración y la desconfianza.