La rueda

La foto más loca del verano

LLUCIA
Ramis

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Están en todas las tiendas de suvenires, expuestas como recuerdo de un tiempo en el que existían el papel y los sellos. La pregunta es si las postales se siguen vendiendo, ahora que el protagonista de las fotos ya no es el lugar sino el turista interactuando con el espacio. Esto no es nuevo, ¿cuántas veces hemos visto la imagen de alguien fingiendo que sostiene la inclinada torre de Pisa? La novedad es que, como todo en internet, el resultado tiene que destacar para que no pase desapercibido. De ahí que se busquen imágenes impactantes.

Guiris que van en pelotas al súper, o chavales que saltan a la piscina desde los balcones, son el reflejo de esa voluntad de llamar la atención. No es que antes no existiera el balconing, es que entonces no se convertía en viral. Y cuando uno llega al extremo, siempre habrá otro que quiera ir más allá; caso del belga que, en vez de tirarse un cubo de agua helada para mojarse por la ELA, recibió la descarga de 1.500 litros desde un avión que casi lo mata.

De algún modo, tendemos a pensar que lo grabado es ficción. En los programas de vídeos domésticos, el espectador se distancia del que se pega un trompazo porque, si ve las imágenes, significa que al final todo salió bien. Por eso, cuando los retratados somos nosotros creemos inconscientemente que no puede pasarnos nada. La chica que estrelló su coche porque se fotografiaba a sí misma mientras conducía, o la pareja que se despeñó en Portugal ante sus hijos, son dos ejemplos de hasta qué punto se confunden la temeridad y lo absurdo.

El turismo de borrachera hace que ciudades como Barcelona, que fueron bonitas estampas de postal, acaben convertidas en el vulgar contexto de un selfie. Lo importante no es el recuerdo que te lleves, sino el pedo que te lo hará olvidar todo, y por el que conseguirás la foto más loca del verano.