Me gustaría verle

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Me gustaría verle / periodico

David Belzunce

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En junio el gobierno municipal de Barcelona de CiU, con el apoyo del PP, aprobó un nuevo acuerdo respecto a los horarios comerciales que permitía a las tiendas del centro y de diferentes zonas de interés turístico abrir todos los días de la semana hasta el próximo 15 de septiembre. Probablemente sólo se trate de un paso más hacia una liberalización horaria mucho más amplia, similar a la que han vivido durante los últimos años las ciudades de Madrid Valencia.

Durante los días previos a la aprobación del acuerdo, que fue discutido en el plenario por el grupo municipal ICV-EUiA, los trabajadores de varias tiendas y centros comerciales afectados recibieron todo de indicaciones contradictorias. Finalmente, les tocó abrir. En algunos casos, el comercio donde trabajan no quiere desaprovechar la oportunidad de abrir los domingos y exprimir un poco más esta ciudad escaparate en la que hemos convertido Barcelona. En otros casos, el comercio se encuentra dentro de un centro comercial que obliga a las tiendas a abrir bajo amenaza de multa, sea cual sea su previsión de ventas y disponibilidad de personal.

En cualquiera de los casos, la gran mayoría de comercios que han decidido abrir este verano los domingos lo han hecho sin ampliar su número de empleados. Cambios de horarios, rotaciones imposibles, ampliaciones del número de horas e incluso modificaciones in extremis al contrato laboral – aprovechando las medidas de "flexibilidad" incorporadas en las últimas reformas laborales – han hecho posible este trance. La moneda de cambio es la paciencia de los trabajadores que aceptan a regañadientes estas medidas sumándolas al fastidio de no poder hacer vacaciones este verano.

Abriendo siete días a la semana no nos estamos dando la oportunidad de parar y reflexionar cuál es el modelo de horarios comerciales que queremos y que nos conviene. ¿Enterramos definitivamente el domingo como día festivo para que los turistas puedan ejercer su deber de gastar sin tregua? ¿Queremos ser, como Nueva York, una nueva "ciudad que nunca duerme", donde poder cortarse el pelo en el lugar de moda a las tres de la madrugada de un domingo? ¿No es saludable tener un día semanal de pausa consensuada, que nos permita organizarnos y planificar momentos de ocio en comunidad? Y lo más importante de todo, ¿en caso de aceptar como inevitable la ampliación de los horarios comerciales, es sostenible hacerlo a costa de la explotación de un colectivo que ya no tenía ni de lejos las mejores condiciones laborales ni horarias?

No nos podemos llenar la boca hablando de conciliación familiar y tener empleados trabajando de lunes a domingo sin cobrar ninguna clase de extra por festivos, con sólo un día de descanso semanal, turnos rotativos, horarios partidos y doblando el horario en días puntuales en función de las necesidades de la empresa. Este requisito de estar disponible en cualquier momento si la empresa lo pide es una de las trampas más afiladas de las reformas laborales recientes y resulta completamente incompatible con tener vida social, aspiraciones o proyectos, y por supuesto con la idea de tener hijos y formar una familia.

Una compañera me decía hace poco que "cuando todo mejore, esto se volverá en contra de las empresas que han maltratado a sus trabajadores, porque estos encontrarán algo mejor y dejarán plantadas". El diagnóstico me pareció simplista. Dudo de que se produzca una percepción de mejora colectiva ya que nos han conducido a buscar escapatorias individuales. Pero en el caso de que este pronóstico se cumpla, el éxodo que sufrirán las empresas que están ahogando a sus empleados será precioso.

Mientras tanto, él y yo tenemos que hacer todo lo posible para coincidir. Él trabaja de lunes a domingo y a veces no sabe cuál será su día libre hasta pocas horas antes. Yo combino unas prácticas mal pagadas con trabajillos que me salen como freelance y que me dan para poco más que para pagar la cuota de autónomos. Este verano no tenemos vacaciones. Ahora sabemos que tampoco tendremos domingos. Y a mí – que soy un cursi desacomplejado – ya no me da vergüenza titular este artículo con la frase que más han tenido que escuchar últimamente mis amigos y familiares: "Me gustaría verle".

Pero alguien ha decidido que este verano le eche de menos.