Soluciones religiosas a la crisis

JOAN COSCUBIELA

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La religión, como construcción humana, nació para dar explicaciones a todo aquello que la razón no llegaba a entender y para ofrecer consuelo, esperanza y resignación ante la dureza de las condiciones de vida de los humanos.

La religión se ha expresado durante la historia de manera compleja y contradictoria. A lo largo del tiempo ha dado sentido a grandes momentos de rebeldía social. Y ha sido también utilizada por los poderes económicos y políticos de cada momento para imponer el control de las sociedades. Esto cuando el poder y la opresión no han sido la misma religión institucionalizada.

El sentimiento de culpa, penitencia, miedo y resignación son estrategias del poder, claramente avaladas por las religiones monoteístas que, desde el zoroastrismo de los persas, se han encargado de crear la perversa dualidad entre el bien y el mal absolutos.

La cultura religiosa invade todas las actividades humanas, quizás porque recoge ideas muy antiguas, instaladas en la mente de los humanos desde siempre, incluso previas a la existencia de las religiones institucionalizadas. Y condicionan la vida de todos, también de los que no comparten o se confrontan con los valores religiosos.

Siempre me ha parecido sugerente la semejanza entre el sacramento de la confesión y la figura de la autocrítica como elemento central de control político de algunas organizaciones.

En momentos de crisis las interpretaciones religiosas de la vida adquieren un mayor protagonismo. Tanto en cuanto a la legitimación de las políticas impuestas por los poderes, como en forma de respuestas "religiosas", basadas en la fe y en las soluciones simples a problemas de gran complejidad.

Esto está ocurriendo en estos momentos en todo el mundo, también en España y en Catalunya. Durante años Rajoy o sus ministros han culpabilizado la ciudadanía de la crisis; o han acusado a las familias de haber vivido por encima de sus posibilidades; o han provocado el sentimiento de culpa entre las personas paradas por "no buscar trabajo de manera más activa". Todo ello al tiempo que han generado la resignación ante las políticas de ajuste, como el castigo que hay que aceptar por el pecado cometido. O han justificado los sufrimientos que conlleva la "teología de la austeridad", como sacrificio necesario, hoy, para lograr una recuperación mañana, casi en el más allá, en otra vida.

Pero la religión no influye sólo en la legitimación de las políticas del poder, también está muy presente en las respuestas de la ciudadanía. Ante las dificultades para explicar la complejidad de las situaciones, aparecen soluciones casi religiosas, de fundamento teológico. No es un fenómeno nuevo y acompaña siempre los momentos de grandes crisis. Una parte de la fuerza y, al mismo tiempo, la debilidad del "comunismo" como respuesta sistémica a las injusticias del capitalismo industrialista tienen, en mi opinión, esta explicación "religiosa".

En estos momentos y ante la crisis de época provocada por el brutal desajuste entre el poder de unos mercados financieros globalizados y una política cerrada y limitada a las fronteras de los estados nacionales, vuelven a resurgir estas respuestas "religiosas".

Ante la necesidad de la ciudadanía de recuperar la soberanía y la capacidad de autogobierno social, frente una economía global muy poderosa y unas estructuras políticas incapaces de jugar su función social, aparecen propuestas absolutamente legítimas, pero que se expresan en estados de ánimo, argumentos y debates que tienen fuertes componentes religiosos.

La religiosidad no está en las propuestas, todas legítimas, sino en cómo se presentan, se justifican, se defienden o se combaten. Y, como es evidente, nadie está exento de caer en esta trampa.

Seguro que podríamos citar otros, pero hay tres ejemplos que, en mi opinión, destacan y tienen esta explicación común.

Me refiero a la propuesta de salida del euro como mecanismo de supuesta recuperación de la soberanía económica. Insisto en que es un debate legítimo y con argumentos a un lado y otro, pero la idea de que la salida de la zona monetaria europea nos puede permitir, sin más, recuperar soberanía económica tiene rasgos de eso que he llamado respuestas religiosas a la crisis.

Lo mismo ocurre con el legítimo debate sobre la independencia de Catalunya, donde encontramos muchas expresiones de lo que podríamos llamar interpretaciones religiosas. Incluso formas de "zoroastrismo" social, con la obsesión de algunos en clasificar simplistamente los ciudadanos, entre los que representan Mazda (el Bien) y Spenta Mainyu (la Verdad) y los que representan Ahriman (el Mal) y Angra Mainyu (la Mentira). Obviamente cada uno cree que sus argumentos y razones representan Spenta y los de los demás son Angra.

No está de más destacar que algunos de los argumentos en contra son del todo religiosos porque incluso sacan a pasear el infierno, para confrontar con los que, para defender su propuesta, sacan a pasear el cielo o el paraíso.

Algo parecido ha ocurrido con el debate sobre la forma de Estado, que ha cobrado fuerza con motivo de la abdicación de Juan Carlos I y la coronación de Felipe VI. El debate monarquía versus república no sólo es legítimo, sino que es imprescindible por razones de salud democrática. Pero una cosa es hacer el debate, enlazándolo con la cada vez mayor exigencia de la ciudadanía de una democracia participativa, y la otra es caer en el papanatismo monárquico o más bien juancarlista, que en ocasiones reciben respuestas favorables a la república que han caído en la misma trampa.

Obviamente, esta realidad también se expresa en la necesidad de encontrar nuevas propuestas políticas que ofrezcan seguridad y simplicidad donde sólo hay incertidumbre y complejidad.

El fuerte impacto de la crisis en amplios sectores de la población que nunca habían sentido peligrar su estatus económico y social --o el miedo a perderlo entre los que aún lo mantienen-- y la incapacidad de la política y las instituciones sociales y políticas para dar respuesta, sitúan a muchas personas en disposición de buscar respuestas que le ofrecen esperanza e ilusión. Objetivo no sólo legítimo sino loable, porque sin fe, ilusión y esperanza la vida material es mucho más dura.

Y es ante esta necesidad humana, tan antigua como los tiempos, cuando algunos representantes políticos y creadores de opinión --insisto en algunos, aunque a mí me parecen muchos-- echan mano de la gran fuerza de atracción que tienen las estrategias religiosas de colonización de las mentes. En ocasiones se les llama populismos, pero creo que esta es una definición demasiado genérica que no profundiza lo suficiente en la naturaleza del fenómeno.

El simplismo con que se identifica una sola causa como responsable de las dificultades y sufrimientos de la gente, el zoroastrismo con la que se identifican los culpables, la simplicidad con la que se identifica la solución, hacen que podamos hablar de interpretaciones y respuestas religiosas a la crisis.

Estos ejemplos son sólo algunos de los que ponen de manifiesto la fuerza de la religión como elemento cultural en momentos de crisis como los que vivimos.

Dejamos para otro día la reflexión de cómo vuelven las formas más primigenias de fariseísmo, que, recordemos, fue una secta ultrareligiosa que defendía la austeridad pero no la practicaba y que tenía como objetivo imponer su moral privada a la esfera de lo público. Me refiero a la reforma fiscal ya la Ley del aborto. Pero eso será otro día.

Post publicado en el blog de Joan Coscubiela