Tertulias versus democracia

JOAN COSCUBIELA

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Si los tertulianos catalanes de los ‘4 Gats’ o los madrileños del ‘Gran Café Gijón’ levantaran la cabeza y vieran la realidad de lo que hoy se denomina tertulias, muy probablemente volverían a cerrar los ojos, casi seguro de pena. ¿Qué comparten Romeu, Casas, Rusiñol o Pérez Galdós, Valle Inclán y García Lorca con los tertulianos que hoy llenan la programación de radio y televisión en lo que se ha tenido el mal gusto de denominar tertulias?

Es cierto que no se puede generalizar, porque algunos programas tienen un nivel muy digno. Pero no me negarán que la degradación del concepto tertulia y, más todavía, tertuliano es generalizado.

Sí, ya sé que en Cataluña es diferente. ¿Seguro? ¿No será que nosotros estamos más acostumbrados al estilo casero de nuestros ‘hooligans’? En nuestra casa también es frecuente ver ridiculizar o anatemizar a quienes no piensan igual. Especialmente en el últimos tiempos.

Pero más allá del estilo más mediterráneo o mesetario de los tertulianos, la realidad es que la inmensa mayoría de las tertulias no contribuyen mucho a mejorar la calidad de la democracia que, recordemos, tiene un fuerte componente deliberativo.

Y no sólo no ayudan a la calidad democrática sino que contribuyen a su degradación. Hoy el nivel de crispación o de barricada que se vive en las tertulias no corresponde al de la sociedad -mucho más sosegada- ni siquiera al del mundo de la política. No creo que sea el debate político el que contamine crispación a las tertulias. La degradación alcanza todos los ámbitos de la vida y no se para ni ante dramas humanos, como la muerte del actor Alfons Bayard, al que su amigo Álex Brendemühl ha dedicado un ‘in memoriam’ que hay que leer para entender lo que nos está pasando.

Puestos a buscar explicaciones al fenómeno, sugiero algunas. Una antropológica: las dosis de violencia --física o verbal--, que tienen todas las sociedades tiene en estas tertulias una vía de escape. Como lo es también la necesidad de disponer de enemigos a los que combatir y culpar de todos nuestros males. También hay razones ideológicas: las tertulias son una manera muy fácil y efectiva de colonizar nuestras mentes de ideología dominante, sea cual sea ésta.

Creo que también hay razones económicas. Mucha gente - bien, de hecho, no son tantos- viven, en el sentido literal del término, de los ingresos obtenidos como tertulianos. Y, por si fuera poco, el género radiofónico y televisivo de las tertulias es, en términos comparativos, muy barato de producir. Pocos costes por hora de emisión y "entretenimiento".

Sean cuales sean las razones, su proliferación, como si de una mala plaga se tratara, está afectando muy negativamente a la convivencia y calidad democrática de la sociedad. Lo que hace unos 100 años era sinónimo de diálogo, hoy es sinónimo de exasperación y, en muchas ocasiones, de degradación de la convivencia.

La democracia, especialmente en su vertiente deliberativa, tiene en las tertulias un problema. Claro que, también en este caso, resulta muy fácil responsabilizar a los tertulianos.

No creo que se pueda decir aquello de "cada sociedad tiene los tertulianos que se merece" pero tampoco que tertulianos, políticos, sindicalistas, empresarios o periodistas tengan todos los defectos del mundo en una sociedad compuesta por ciudadanos llenos de virtudes. Muchos de nuestros problemas requieren de más auto exigencia ciudadana.