Pobres por imperativo social

EVA PERUGA

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Bla, bla y bla. Seguimos donde estábamos, o sea, en mala posición. La resultante cero del debate sobre la pobreza en el Parlament es preocupante. Su enfoque iba en la línea habitual de esconder a quienes más que a nadie afecta la pobreza, las mujeres; los referentes de la insoportable pobreza infantil, las madres; y los términos ajustados cuando se habla de pobreza. La interpretación parcial de la pobreza invisibiliza el conjunto de frentes en los que se desarrolla y, por ende, conduce a la adopción de políticas, en caso de adoptarse, inservibles para paliar los problemas de las mujeres. Incluso en ciertos casos los bisturís públicos acrecientan la dolencia de la desigualdad.

Los datos son engañosos. A las mujeres la crisis ya las pilló con una presencia inferior en el mercado laboral. Y no solo de salarios. Identificar su lugar en la cadena, visualizar su presencia en las tareas sumergidas, y computar el peso los cuidados de los adultos y los menores que aún hoy figuran en el terreno de lo desconocido oficialmente, mantienen la perspectiva femenina de mejora en un pozo negro. Las cifras que de la pobreza o de cualquier indicador se nos ofrecen no reflejan el alcance del impacto. Siguiendo el hilo, resulta imposible mejorar la salud social y laboral de las mujeres si no sabemos hacer el diagnóstico.

Cómo saber qué hacer si se han omitido las necesidades propias de las mujeres cuando se han adoptado las medidas llamadas anticrisis, desde la reforma laboral hasta los recortes en asistencia, educación y sanidad. Y, una vez puestas en funcionamiento estas medidas, nadie quiere saber qué consecuencias han tenido en la vida de las féminas. Sin duda, han provocado un mayor empobrecimiento que va más allá de la reducción de sus ingresos. Si en Catalunya resulta que la renta mínima de reinserción tiene a las mujeres como destinatarias, ¿lleva esto honestamente a sembrar la duda sobre ellas cuando el perfil femenino en la historia es sin duda el de la explotación? Las familias monoparentales son las más vulnerables porque afrontan con dificultad y precariedad el mundo laboral así como el pago de los gastos mínimos. Y esa vulnerabilidad se eleva sobre dos hechos incuestionables, la persona que sustenta esa familia es una mujer y el resto de sus integrantes son menores o personas a su cargo.

Esta es una realidad que esconden muchas estadísticas oficiales. Las que pretenden que dos y dos son cuatro sin percatarse de que las cifras se corresponden a personas. Estas mismas estadísticas pueden hacernos creer que las mujeres sufren menos el paro. Pero tener un trabajo, hoy en día, no aparta de la pobreza. Si resulta que este colectivo, perjudicado por una frustrante desigualdad, perece bajo el arma arrojadiza del término «subsidiado», solo se estará facilitando un prolongado camino hacia las ayudas perpetuas.

El realismo no preside el enfoque de la pobreza. Por lo tanto, su enquistamiento y su progresión están garantizados. ¿Quiénes abordan la situación de las madres con hijos menores y la de las mayores de 65 años, y las de las paradas de larga duración? Todas ellas necesitan una respuesta política, y resulta insultante que no ocupen en las prioridades políticas el puesto que merecen. Los administradores de lo público y los aspirantes a administradores de lo público deben poner orden en todas ayudas, mirar bien quiénes las reciben y dárselas a ellas como garantía de un uso correcto. La violencia, la precarización laboral, la falta de guarderías públicas. Es hora de llamar a la pobreza por su nombre.