MIRADOR
No le llame desánimo, llámele pobreza
El presidente del Gobierno se lamentaba el domingo de que haya quien siembre el «desánimo» y pedía respeto «a las esperanzas de la gente». Han pasado solo tres días de ese mitin triunfalista, cuando, ante los dirigentes de su partido, Mariano Rajoy vislumbró «muy de cerca» la creación de empleo neto. ¿Cerca? Ni en Valladolid, escenario de la convención del PP, ni en el resto de España, hay motivos para compartir el optimismo presidencial. En la capital castellano-leonesa, 1.489 personas perdieron su trabajo en el mes de enero. Forman parte de los 184.000 puestos de trabajo menos con los que España ha empezado el año.
Si a los últimos datos del paro se le suma la precariedad en la que malviven muchos de los ciudadanos que todavía se salvan de formar parte de la cola del INEM, más que pesimismo el sentimiento lógico es el de la rabia. Y alguien tendría que dar gracias de que sea rabia contenida. Solo habría que preguntárselo al 40% de autónomos que está en situación de pobreza, es decir, ingresa menos de 7.500 euros al año. El director de la Oficina para España de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Joaquín Nieto, aportó ayer este porcentaje en una entrevista en la cadena SER. Otro no menos sobrecogedor es el 30% de niños que, víctimas de una sociedad cada vez más desigual, pertenecen a familias cuya renta también les sitúa en las estadísticas bajo el epígrafe de pobres. «Esto pasaba en el mundo, en los países pobres, y ahora pasa en países industrializados como España, Grecia y Rumanía», describió con crudeza este representante de la OIT.
Entonces, ¿cuál debería ser la solución? De haberla seguro que no pasa por los minijobs ni por conformarse con que no existe alternativa a los contratos a tiempo parcial. Es fácil decirlo y difícil de explicárselo a ese 53% de jóvenes que lo único que piden es un trabajo. Los expertos insisten en que la única alternativa pasa por cambiar el modelo productivo. Pero para eso hace falta audacia y una estrategia a largo plazo.
Rajoy presumía también en su discurso dominical de que ahora «el dinero del contribuyente se aprovecha mejor». Pero proyectos urbanísticos como el que sacó a la calle a los vecinos del barrio burgalés de Gamonal desmentirían su afirmación. Seguro que no es el único ejemplo y solo nos queda confiar en que sean las excepciones después del desmadre en forma de aeropuertos cerrados o infrautilizados, ciudades como la del Circo, en Alcorcón, o la de la Cultura, en Santiago de Compostela, y circunvalaciones vacías de coches. Proyectos faraónicos ahora convertidos en cementerios de hormigón y que, reconozcámoslo, hubo un tiempo en que también a nosotros nos deslumbraron.
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