Los cambios sociales

Generación crisis

Hay que recuperar el diálogo intergeneracional y restablecer la confianza perdida entre jóvenes y adultos

IGNACIO CALDERÓN

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La primera investigación del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, promovido por la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), nos presenta a unos jóvenes desencantados, confusos y que se sienten engañados. En Crisis y contrato social; los jóvenes en la sociedad del futuro nos señalan sus opiniones sobre importantes cuestiones de la situación actual.

Desde que comenzaron a estudiar, la sociedad adulta inculcó en ellos la idea de que la formación era la puerta hacia un futuro mejor. Y durante varias generaciones este ascensor social ha funcionado. Pero ahora el mecanismo se ha quebrado. El contrato social se ha roto. La contrapartida prometida a su esfuerzo no se ha producido, ni parece fácil que se produzca. Cuentan con niveles de formación inigualables en la historia de España y, sin embargo, sienten que aún no es suficiente. Que el tiempo invertido en su capacitación no les ha llevado a la Tierra Prometida. La crisis se lo ha llevado todo por delante.

Sin embargo, y más allá de la frustración y pesimismo de los jóvenes, el estudio también aporta datos que nos pueden permitir abrir la puerta a la esperanza. Por una parte, la disposición de los jóvenes a seguir estudiando o a trabajar aprovechando cualquier oportunidad quiero interpretarla de forma positiva. Como una forma de afirmar que son conscientes de la situación y están dispuestos a arrimar el hombro. Según los datos, podemos desterrar definitivamente el manido -y contraproducente- estereotipo del ni-ni que dibujaba a una juventud acomodaticia, consumidora, pasota y desimplicada. Esta visión ya no es real. Verdaderamente, la gran mayoría de los jóvenes nunca fueron así.

Hoy en día los jóvenes en su mayoría viven con sus padres no porque les parezca lo más cómodo sino porque no encuentran alternativa o posibilidades. No pasan de todo, sino que se encuentran desorientados y confusos. No quiero presentar una visión idealizada de la juventud, pero sí afirmar con rotundidad que son mayoría los que se esfuerzan y pelean duro por labrarse un futuro que realmente tienen complicado.

Por otra parte, la mayoría de los jóvenes españoles sienten que está en su mano cambiar las cosas y se muestran dispuestos a hacerlo. Los niveles de compromiso con lo común, con la sociedad en general, han aumentado notablemente. Saben que el futuro depende de ellos y quieren asumir esa responsabilidad.

Son conscientes de que no estamos ante una época de cambios, sino ante un cambio de época. Creen a ciencia cierta -y así lo afirman en el estudio- que nunca gozarán de la seguridad laboral de la que disfrutaron sus padres, que la calidad de vida de sus hijos será peor que la de ellos y ven muy comprometido el Estado del bienestar. Probablemente tienen razón, al menos a corto o medio plazo. Piden, de forma muy acertada, que se acerque lo más posible la época de formación al mundo laboral.

Pero ante este horizonte solo caben dos posturas. El abatimiento o el intento de superación sin lamentaciones y sin volver constantemente la vista atrás por lo perdido. Y los jóvenes mayoritariamente optan claramente por la acción. Casi el 50% de ellos creen que hay que apoyar movimientos que propician cambios profundos en el actual sistema económico, social, político e institucional; y el 30% se muestran convencidos de apoyar a partidos o movimientos ciudadanos que propongan reformas económicas, políticas e institucionales pero respetando básicamente el sistema actual.

Ahora es el momento de que la sociedad adulta aproveche esta disposición y responda con la misma energía. En primer lugar, impidiendo que esa sensación generalizada de desánimo se haga crónica. Los jóvenes deben percibir que contamos con ellos y que no vamos a dar por perdida a una generación. Que no vamos a dejar en la cuneta de la exclusión a ningún joven. Debemos tratar por todos los medios de que crean en sí mismos y que se impliquen como parte de la solución.

En segundo lugar, debemos escucharles, hacerles partícipes. Habilitar los canales de comunicación precisos para restaurar el diálogo intergeneracional, la confianza que, en cierta medida, la crisis ha dinamitado. Subyace bajo todo lo comentado un objetivo aún más básico: restaurar la confianza perdida entre jóvenes y adultos. Debemos recuperar un equipo sin fisuras para ganar el partido común que estamos jugando para la transformación social. De nuevo la iniciativa vuelve a ser de los adultos. Los jóvenes han hablado, quieren seguir opinando y están dispuestos a implicarse. Es sin duda una razón para el optimismo en el escenario oscuro en el que nos encontramos. No podemos perder la oportunidad. Entre todos debemos tratar de encontrar el camino. Es el momento.