Con los días contados

FRANCISCO JAVIER ZUDAIRE

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Siempre me ha impresionado conocer que este mundo se acaba. Pero aún más me llena de asombro que lo sepamos. Si antes no ocurre una desgracia universal, vamos camino de darnos una leche galáctica -mejor que tortazo-, de padre y muy señor mío. Estamos como yogures en una balda cósmica, con fecha de caducidad.  De nosotros, raza humana y animal, flora y fauna, no va a quedar nada, ni el salario mínimo, que es la expresión más ridícula y minimalista del materialismo terrenal. Con alguna discrepancia en la fecha, dentro de 4.000 millones de años -el abanico va hasta los 6.000-, nuestra galaxia, la Vía Láctea (por eso es leche y no tortazo), chocará contra la galaxia Andrómeda, también de forma espiral, pero de mayor tamaño.

Las estrellas podrán evitar los encontronazos, dada la distancia enorme entre ellas, pero la Tierra se irá a hacer puñetas; sucederá algo parecido  a como sale la pelota despedida de la cesta de un 'pelotari'. Pero sin frontis. Así están las cosas de serias, lo suficiente para que ladrones y especuladores miren hacia sus adentros y concluyan en cuán efímera y hasta baladí resulta su gloria. No lo harán, dirán que aún falta mucho para ese apocalipsis, etcétera. Excusas nunca les faltan. Pero esos 2.000 millones de años de diferencia entre científicos, astrónomos  y diletantes sobre cuándo ocurrirá el desastre tienen mucha importancia: basta imaginar la cantidad de vidas perdidas en sólo mil millones de años; es decir, está en juego la diferencia entre tener o no tener futuro de muchos de nuestros descendientes. Y sí, es verdad, falta mucho tiempo, pero sabemos que el tiempo vuela: parece que fue ayer cuando llegaba la Navidad y, sin embargo, ha pasado ya casi un mes.

Lo cierto es que, ahora mismo, mientras usted pierde el tiempo leyendo este post de manera pausada y relajada –ojo, habrá formas peores de dilapidar el reloj, digo yo- , la Vía Láctea, donde se ubica nuestro sistema solar,  y la galaxia Andrómeda se aproximan a una velocidad de 300 kilómetros por segundo (aquí, la DGT ni pincha ni corta). Nadie lo diría, con la paz que se percibe de noche, sobre todo, cuando la ansiedad de acaparar bienes, como sea, duerme con un ojo vago. Es impresionante saber que sabemos tanto. Bueno, los sabios. ¿Cómo es posible que tengamos tan claro y vaticinemos ese golpetazo galáctico y no seamos capaces de remediar el hambre de un planeta tan minúsculo como la Tierra? Que sepamos que sólo en el grupo local de galaxias al que pertenecemos haya más de 45 como la nuestra, más o menos, y en cada una de ellas se cuenten millones de miles de estrellas, planetas, agujeros negros, satélites, haya polvo cósmico, etcétera ¿Y que existen más de cien mil millones de galaxias no es increíble?

A mí, estas cosas me reafirman en lo poquito que somos. Incluso los cabrones, y eso, quieras o no, anima.