La desaparición de un amigo

Imprescindible Castellet

Algunos lo consideraron apartado de la ortodoxia catalanista, pero fue un hombre clave para el país

SALVADOR GINER

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Es tarea casi inalcanzable describir convincentemente a aquellos que no vivieron los largos decenios de la dictadura franquista cómo fueron realmente. Es mucho más fácil hacerlo con el fascismo italiano, el nazismo o el comunismo estalinista. Una oposición democrática inexistente -exterminada o eliminada- hizo que el peso principal del desafío al régimen eclesiástico-militar con fachada fascista que dominó el país desde 1939 -precedido de un millón de muertes, miles de encarcelados y medio millón de exiliados- nos acercara más al terror totalitario que en cualquiera de las muchas dictaduras que había en el mundo.

En estas condiciones, el desafío cultural e intelectual al régimen -palabra ambigua pero entendida por todos- quedaba confinado a partidos demócratas clandestinos de altísimo riesgo y poca monta o, en algunos casos, a algún puñado

-aquí o allá- de individuos capaces de decir claramente -o públicamente, allí donde no había opinión pública- que aquello no era legítimo. Josep Maria Castellet Díaz de Cossío, casi por cuenta propia, se añadió a la negación abierta de aquella barbarie con un genio propio, con una inteligencia privilegiada, amable, liberal y profesionalmente indefinible. Surgió de las aulas de la Facultad de Derecho barcelonesa en la posguerra y de una estancia en un sanatorio antituberculoso donde hizo suyo el vicio de la lectura, la virtud por la que fue pronto conocido. 'La hora del lector'su primer libro importante, lleva un nombre bastante elocuente.

La hermana de su cuñada Tiu, Nissa Torrents, puso a Castellet en contacto con un grupo de universitarios que comenzaban los estudios, y en poco tiempo se organizó un seminario para hablar de literatura, sobre todo de la precedente a la guerra civil y al exilio masivo de intelectuales que sufrió España en 1939. En un lugar de la calle Diputació llamado Instituto de Estudios Hispánicos se reunió regularmente el grupo de los descontentos. Algunos participaron muy esporádicamente -si no estoy equivocado, Ricard Salvat, Sergi Beser, Joaquim Marco- y otros -Octavio Pellissa, Joaquín, Jordán, Luis Goytisolo, Nissa y yo mismo- nos convertimos en adictos. En mi caso, amigos para siempre, que nos hemos acompañado y visto con invariable frecuencia, hasta ayer mismo. La prolongación del seminario en una reunión dominical en un bar de la calle Rosselló, donde se añadió Juan Goytisolo y la novia de Josep María, Isabel, entre otros, creó una especie de coloquio permanente que respondía a la voluntad de existir como comunidad cultural republicana y demócrata.

La policía política no era tan ineficaz para no detectar aquella reducida cueva de literatos. Tarde o temprano también algunos marchamos al extranjero -Juan Goytisolo a París, yo a, Estados Unidos- mientras que algún otro prefirió legítimamente sin duda la actividad política, como realmente la única que podía acabar con aquella vergüenza. Fue el caso de Octavi Pellissa, que se planteaba como muchos de nosotros en ese momento que la verdadera oposición al régimen era el Partido Comunista. Castellet mismo ha descrito en sus memorias su relación con un partido en el que nunca entró del todo, pero al que pertenecieron muchos de sus discípulos.

Castellet no tenía ninguna doctrina, no enseñaba nada preciso, como no fuera el arte de la ironía, la incomprensión ante cualquier dogmatismo, y el deseo de hacer y comprender la condición humana mediante la literatura. De comprender, en nuestro caso, al pueblo al que pertenecíamos. Algunos, cuando se fundó Edicions 62, pensaban que había dado un giro catalanista inesperado. No es cierto. El catalanismo abierto, esencialmente cosmopolita fue parte de su ideario desde el primer día. Él y yo nos tomábamos el pelo jugando con nuestros segundos apellidos respectivos -Díaz de Cossío y San Julián- vinculados a México y a Zamora, para reírnos de una cierta clase de catalanista amargado frecuente en aquellos años.

No hay que repetirlo y menos hoy que todo el mundo recuerda al maestro su labor en 'Ca'n 62', su obra, su imprescindible testimonio, todavía no publicado todo. (Y mucho material inédito, soy testigo). Solo quiero recordar, remachar, su racionalidad, su visión plural, abierta y dirigida hacia el porvenir de Catalunya, y no hacia su pasado o su supuesta esencia. Nadie, dicen, es imprescindible. Ni insustituible. Castellet ha sido las dos cosas, imprescindible, único y ciertamente insustituible. Y contra la opinión de los que lo veían como algo apartado de la ortodoxia catalanista, hay que decir que fue un hombre clave para el país, un hombre 'ad mairem gloriam patriae'. Y para algunos de nosotros, un amigo del alma, un maestro que nos ha enseñado algo de lo poco que somos.