Entre los barrotes del 'apartheid'

ADRIA GALLARDO

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Veintisiete años entre barrotes de hierro oxidado, durmiendo día a día entre cuatro diminutas paredes le bastaron para conseguir aprender a perdonar aquellos que la habían encarcelado, para concienciarse y para aprender a luchar. Casi tres décadas le sirvieron al gran Madiba para aprender luchar por la igualdad entre hombres y mujeres y sean de la raza que sean.

Con una sonrisa y mediante el deporte, el padre de la Sudáfrica moderna consiguió hacerse ver como un ejemplo, como un referente para la humanidad en la lucha contra la segregación racial. Desde la igualdad en su escolta presidencial, hasta su equipo de presidencia y en su día a día, supo calibrar al dedillo un sistema democrático, justo e igualitario que le hizo ganarse al mundo. 

Mandela le bastaron veintisiete años para aprender a ser presidente en una celda, sin libros, con la única lección de la vida y sabiendo que la base de la prosperidad sudafricana estaba única y exclusivamente en la igualdad y la democracia. Aprendió a luchar contra el enemigo a base de optimismo, sabiendo que la mejor venganza es la autoconfianza y que el amor hacia su país le negaba ver cualquier peligro.

Fue un gran presidente que hizo ver a todos que la lengua jamás es un problema y que el odio es el 'sentimiento' menos fundado que hoy existe. Derrotó al 'apartheid' haciendo de los jugadores de rugby de la selección nacional sus principales asesores y comunicadores, sabiendo que Sudáfrica solamente recobraría su alegría si se derribaban los muros y las limitaciones de cualquier diferencia.

¿Qué sería del mundo si no hubiese gente diferente, gente que va en contra? La diferencia hace grande al ser humano, porque la diferencia de todos hace la igualdad. Mandela dejó este legado, el legado de que la diferencia de raza, de color, de idioma y de cultura son meras anécdotas que hacen posible la humanidad. Con la vista al frente y siempre diciendo "tenemos que mirar hacia adelante", ninguna amenaza pudo con Mandela para conseguir contagiar su sonrisa, su baile y su igualdad.

Porque solo él era el amo de su destino, y el capitán de su alma. Gracias, camarada Presidente.