Tensión en un país del Este

Veinte años de oscilaciones ucranianas

La incapacidad de la UE para hablar con una sola voz favorece que Kiev siga muy vinculada a Moscú

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ALLA HURSKA

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Tras casi 20 años, las relaciones entre Ucrania y la Unión Europea han llegado a un punto muerto. La denominada «alternativa europea» tantas veces anunciada por los dirigentes ucranianos está a punto de ser desmantelada. A la luz de los recientes acontecimientos que han mostrado el deseo del presidente Viktor Yanukóvich de posponer la firma del acuerdo con la UE y del emocional estallido popular conocido ya como Euromaidan se hace patente que Ucrania ha sido incapaz de romper su maldición histórica y sigue siendo rehén de su situación geopolítica entre dos polos representados por la UE y Rusia.

Durante los 22 años de historia independiente del país, los líderes ucranianos han fracasado en el cumplimiento de lo más importante para tener un Estado realmente libre: cortar el cordón umbilical con Rusia. Uno tras otro, los presidentes ucranianos han desperdiciado las ocasiones que les ofrecían las circunstancias históricas para adoptar una posición independiente respecto del Kremlin.

Durante los años en que Rusia estaba aquejada por conflictos internos tales como la guerra de Chechenia, el colapso económico o la debilidad del Gobierno, los líderes ucranianos estaban demasiado ocupados en acrecentar su fortuna personal, sin que les importaran las necesidades del país. El declive de la manufacturación y de la industria pesada, el deterioro de las infraestructuras y una incontrolada inmigración internacional de gente desesperada ansiosa de tener una vida normal han diluido la posición ucraniana como actor independiente en las relaciones internacionales. Todos esos factores han ocasionado el estallido público de ira en los sucesos de Euromaidan.

Incluso pese a sus múltiples debilidades y su prolongado estancamiento, Ucrania sigue siendo un pastel apetecible para la UE: un tercio de las tierras negras mundiales, una agricultura potencialmente vigorosa, unos recursos naturales abundantes y un mercado de más de 40 millones de consumidores hacen que valga la pena pugnar por el país. De hecho, la UE podría haber cosechado los frutos de la revolución naranja del 2004, pero optó por dejar sola a Ucrania ante una Rusia en ascenso, estimulada por un rápido crecimiento económico y ambiciones imperialistas que se manifestaron en dos guerras del gas, en el 2006 y el 2009.

El núcleo de las dificultades reside en el hecho de que la UE es incapaz de hablar con una sola voz sobre cuestiones cruciales y sus estados miembros más potentes se inclinan por establecer acuerdos bilaterales, lo que descarta una posición común en conversaciones con poderosos interlocutores como Rusia. Así, como respuesta a las guerras del gas Alemania llegó a un acuerdo con la Federación Rusa sobre el proyecto Nord Stream que excluía a Ucrania (al igual que a Polonia y los estados bálticos) y ponía en riesgo su seguridad energética.

El renacido interés de la UE por Ucrania ha coincidido con una muy deseada criatura de Vladímir Putin: la Unión Económica Euroasiática (como prototipo de una nueva versión de la extinta URSS), que nunca llegaría a estar completa sin Ucrania. Para Rusia, Ucrania representa también un valioso activo por razones muy similares a las de la UE.

No se puede sino concluir que las disputas internacionales sobre zonas de influencia y la realpolitik compartida por Bruselas y Moscú solo traerán consecuencias adversas y nuevas complicaciones para los ucranianos de a pie. Es importante el poder blando que la UE aún tiene sobre grandes masas de población en Ucrania: los sondeos indican que un 60% de los encuestados apoyan la vía europea y sus normas y valores democráticos. Pero esta influencia puede verse perjudicada y crear desencanto y frustración con una UE marginada y viendo como Rusia se apodera de Ucrania.

Como afirma Sergey Sukhankin, analista adjunto del Centro Internacional de Estudios Políticos de Kiev: «Es muy dudoso que los valores y principios occidentales incluyan mirar hacia otro lado ante el uso desproporcionado de violencia contra los partidarios de Euromaidan. Más incluso, es absolutamente inadecuado que el presidente de Ucrania se esfume en medio de una crisis política de tal alcance y gravedad». Este experto también señala que «la conducta de Estados Unidos como única superpotencia global debería ser más articulada y no quedar confinada a demostrativas expresiones de insatisfacción».

Ante el curso de las acciones en Kiev y las violentas medidas de las fuerzas especiales, no es agradable imaginar a Ucrania deslizándose hacia las filas de la no democrática comunidad de países tales como los de Asia Central o Bielorrusia. Para que eso no suceda, la única solución a considerar es la de conversaciones tripartitas.