La clave
Tom Wolfe y el final del periodismo
Juancho Dumall
Ha trabajado en las áreas de Política, Opinión y en la edición del fin de semana.
JUANCHO DUMALL
Que alguien anuncie el final del periodismo desde dentro de la profesión es algo a lo que estamos fatalmente acostumbrados quienes vivimos de esto. De hecho, abundan los congresos y mesas redondas que tienen como primer objetivo señalar el tamaño de la catástrofe e incluso ponerle fecha. Y las estanterías de las librerías están llenas de ensayos de periodistas y gurús que entonan el this is the end de los diarios y nos tildan, con mayor o menor acidez, de inútiles por no haber sabido adaptarnos a los tiempos digitales. Pero el anuncio del apocalipsis sobrecoge especialmente cuando quien lo hace es Tom Wolfe, quizás el periodista más admirado por una generación que tuvo su libro El nuevo periodismo (1973. Editado en castellano por Anagrama en 1976) como manual fundamental en las facultades de Ciencias de la Información de aquellos años.
Wolfe y otros maestros como él (Gay Talese, Truman Capote, Norman Mailer) rompieron con la tiranía de las cinco uve dobles en inglés (quién, qué, cómo, cuándo y por qué), fundamento de una noticia bien escrita, y abrieron el periodismo a la literatura. Se trataba de contar historias con técnicas de novela (diálogos, descripciones, onomatopeyas, posición subjetiva del autor), de manera que el reportero adquiría el relieve de los grandes narradores del siglo XIX. Era una invitación irresistible a hacer del oficio un arte y de la profesión una aventura.
Desprestigio
Pues bien, Wolfe hizo el martes en Barcelona dos afirmaciones terroríficas. La primera, que «hoy un joven se enfrenta al descrédito entre sus amigos si lo enganchan comprando un periódico en papel». La segunda, que «hoy los miembros de la tribu no creen en lo que aparece en el papel del diario y sí cualquier cotilleo o rumor, que es lo que publican los blogs».
Cuando el nuevo periodismo fue formulado por Wolfe, reportajes ideales eran subirse al autobús de los Rolling Stones, entrar en una fiesta privada de Marlon Brando o investigar las conexiones del presidente Nixon con la mafia. Todo ello para ser editado en publicaciones que hoy los jóvenes no solo no leen, sino que desprecian.
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