Juventud, ni divino ni tesoro

EVA PERUGA

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¿Pues qué nos esperábamos? Durante esta semana, muchos actos y charlas en torno al día internacional contra la violencia de género se han centrado en los jóvenes. En el II Memorial Hortènsia Alonso, que tuvo lugar en Lleida, quedaron al descubierto las vergüenzas de unos adolescentes que ni siquiera saben que la violencia machista existe. Pero la primera pregunta se la deben plantear los adultos, desenmascarando la sorpresa porque el relevo generacional no ha descartado de sus relaciones la violencia machista en cualquiera de sus grados y manifestaciones.

En una ojeada a nuestra sociedad percibimos claramente la ausencia de representación de las chicas y los chicos. La consecuencia es que no se les posibilita -su explotado pasotismo tiene también un contexto y un por qué- la participación en la construcción de la que debería ser una sociedad más igualitaria y respetuosa. A la juventud se le impide elaborar su identidad y replicar a los adultos con unos modelos que, espejo de ella misma, son plurales. No les queda otra, pues, que girarse hacia el mundo de los adultos. En él, la violencia y la confrontación se alimentan y ganan terreno frente a la dialéctica. Esa violencia expuesta en los medios de comunicación, en las artes, en la política y en la economía obviamente se palpa en las relaciones internacionales, en las de patronos y trabajadores, en la del poder con los ciudadanos. Y, por supuesto, en la de los hombres sobre las mujeres, el huevo del que salen todas las larvas.

En ese mirar hacia el lado adulto, los jóvenes toman ejemplo de los modelos empaquetados por los intereses adultos, véase la industria audiovisual o musical. Sin rechistar, todo el mundo se dedica a diseminar el último vídeo poco constructivo. O -en el caso que nos llama ahora la atención- las situaciones de violencia de género de esos jóvenes mundialmente conocidos sin que el término, reconocido de forma jurídica, asome la cabeza ni el hecho quede reprobado. Una anécdota a la que su falta de interpretación es en realidad su interpretación.

Los adultos van más allá. Ponen en el escaparte estas conductas violentas y reproducen los patrones de desigualdad en esos iconos. Y, en general, incrustan al término joven el de conflictivo. De esta forma, esos chicos y chicas salen en los medios por conductas asociadas a la violencia, drogas, alcohol, ruido, agresión, o falta de preparación. Solo de vez en cuando aparece alguno de ellos en una situación positiva. Pero de la vida general de esta juventud, tan extrema, anodina o rica como la de los adultos nada de nada. Si en algún momento, en un teledario o en una página de un diario irrumpe el asesinato machista de una mujer, esa imagen de víctima y de máxima desigualdad puede compensarse cerca con informaciones en las que las mujeres son actoras y protagonistas. Con los jóvenes no sucede así porque al no tener papeles principales en los sectores activos de la sociedad, resulta más difícil proyectar una imagen de ellos. Y si se trata de deporte, solo lucen las jóvenes estrellas a las que, en algunas ocasiones, solo se identifica con el lujo y el hago lo que quiero.

La búsqueda de su espacio se complica y, por esa circunstancia, topan con la violencia sin saber qué y por qué. No solo les estalla en la cara el asesinato machista de las personas adultas sino que empiezan a quedar a merced de esas formas sutiles de agresión contra las mujeres que acaban conduciendo al desastre: publicidad sexista, humor sexista, invisibilización, anulación y control de las mujeres. ¿Y si tuvieran la oportunidad de mirar hacia sí mismos?