Un futuro para la cooperación

MIQUEL CARRILLO

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Si usted es de los que piensa que los cooperantes viajamos mucho, que habría que controlar cómo gastamos el dinero, que "primero los de aquí' y el resto de grandes éxitos del cassette de tertulianos para todo, le recomiendo que pase al siguiente artículo. Este no le va a gustar.

Bueno, quizás le reconforte saber que ERC seguramente hará oídos sordos a todas nuestras quejas, incluyendo las de la gente que dentro del partido se cree la necesidad de que Catalunya contribuya de acuerdo a sus posibilidades y de manera constante a construir la paz, los derechos humanos y algo parecido a un desarrollo justo y equitativo para todo el mundo. Sepa que en 2014 a duras penas se pagarán los últimos compromisos que subscribió el tripartito en forma de programa plurianuales y se mantendrá una Agència Catalana de Cooperació catatónica, prácticamente embalsamada a estas alturas.

El momento histórico merece todos los sacrificios y la cooperación es una víctima asumible más, visto lo visto. Lo que importa es convencer a Londres, Berlín, París y Washington de que merecemos una oportunidad como Estado y como proveedores comerciales. Y en ese cálculo, La Paz, Maputo o San Salvador no cuentan mucho.

Sería de agradecer, sin embargo, algún gesto, porque quien corre el riesgo de quedarse fuera de juego, a la larga, son ellos. Algún día se acabará esta crisis y habrá que recomponer todo lo que se ha roto por el camino. En algún momento habrá que volver a asumir las responsabilidades como Estado, independiente o no, para con la comunidad internacional. Le aseguro que la sociedad civil lo habrá seguido haciendo, con dinero o si dinero, como decía el gran Vicente Fernández, y no por el gusto de pasearse, sino por algo tan difícilmente explicable como la ética, la solidaridad y la certeza de que los problemas fundamentales de este mundo nos afectan a todos, se manifiesten donde se manifiesten.

Cuando llegue ese momento, probablemente no queden estructuras, ni privadas ni públicas, si seguimos por este camino. Lo peor de todo es que no va a quedar ni una pizca de confianza en buena parte del sistema de partidos en lo que respecta a la política de acción exterior, sobre todo en los que parecen tener más números para gobernar. La rutilante generación de Chicago Boys de CiU ya nos ha demostrado cómo quiere estar en este mundo y qué 'retornos' persigue, hasta se echa de menos a sus mayores.

En las comunidades rurales en las que se quiere instalar un servicio público, a menudo es muy difícil hacer entender a la gente que éste se debe pagar siempre, se utilice o no. Que no vale dejar de abonar los recibos cuando por cualquier razón, normalmente laboral, se abandona el domicilio durante algunos meses. "¿Y si yo no estoy allí, por qué voy a pagar el agua?", es la frase más repetida. Salvando las distancias, y para que acabemos de entender la cuestión, con la cooperación internacional ocurre igual: no podemos pretender ausentarnos como país y dejar de contribuir con la comunidad que forma el mundo en su conjunto. De manera modestísima, es de los pocos sistemas de redistribución internacional de riqueza que existen, una aproximación lejana e imperfecta a la fiscalidad que quizás debiéramos tener para acometer esos problemas que a la sociedad civil nos resultan tan evidentes.

ERC tiene todavía el beneficio de la duda. Aunque sea por coherencia con su credo internacionalista, que muchos queremos pensar que tiene, debe exigir gestos económicos y sobre todo políticos al gobierno y a CiU. Esto no va de "¿qué hay de lo mío?", sino de "¿cómo lo hacemos?": hay margen para trabajar y encontrar un futuro para la cooperación internacional, la que debe hacer el país serio que pretendemos ser.