La clave
Protestan, luego legislamos
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC HERNÀNDEZ
La huelga general de la enseñanza celebrada ayer, que batió récords pese a la tradicional (y ya cansina) guerra de cifras entre autoridades y convocantes, revela el profundo hartazgo de una significativa parte del mundo educativo. Hartazgo con las reformas erráticas, en general, y en particular con un Gobierno que esgrime tijeras, decretos y rodillos parlamentarios en lugar de sumar energías y aunar esfuerzos para mejorar la calidad educativa y la formación de nuestros alumnos.
Docentes, padres y estudiantes, tanto del sector público como de la escuela concertada y la universidad, exhibieron ayer su rechazo ante los recortes educativos y ante la ley Wert, así bautizada para siempre por mucho que le pese al ministro de Educación que le da nombre. Una norma carente de complicidades políticas (más allá de la solitaria aunque absoluta mayoría del PP), institucionales (varias autonomías se resisten a aplicarla) y sociales (ni siquiera satisface a la muy beneficiada Conferencia Episcopal) tiene todos los visos de convertirse en papel mojado. Otra oportunidad perdida en un país con unas tasas de fracaso y abandono escolar, unos niveles educativos y un riesgo de exclusión social intolerables, todos ellos, por igual.
Un serio aviso
Un Gobierno con altura de miras y visión de futuro se tomaría más en serio el aviso que ayer le lanzaron decenas de miles de ciudadanos en las aulas y en las calles. Pararía el reloj de una ley cuya tramitación parlamentaria no conduce a ninguna parte. Reabriría las negociaciones con todas las fuerzas parlamentarias -esta vez sin apriorismos y con sincera voluntad de acuerdo- para convertir una ley de un solo partido en un pacto de Estado. Recogería las demandas de todos los sectores afectados y trataría de conjugar los intereses contrapuestos con el interés general. Y, anteponiendo el consenso a la imposición del criterio propio, diseñaría una reforma educativa en favor de las generaciones venideras.
Pero mejor no hacerse muchas ilusiones. Porque, desafortunadamente, el famoso ladran, luego cabalgamos se ha convertido en la divisa política de la derecha española: protestan, luego legislamos.
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