IDEAS

Aventuras de los Mallorquí

RICARD RUIZ GARZÓN

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Hay coincidencias que parecen de ficción: que este 2013, en pleno centenario de José Mallorquí, se cumpla el 70º aniversario de la primera entrega de El Coyote y el 60º de la última podía parecer un mero capricho numérico; pero que, además, la semana pasada se concediera a su hijo César, también nacido hace 60 años y así llamado en honor al justiciero enmascarado, el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por La isla de Bowen, eso ya debería considerarse una oportunidad para poner las cosas en su sitio. Y eso significa honrar como se merece a ambos Mallorquí: volviéndolos a leer y releer.

Lo merece el veterano César, y lo merece la extraordinaria La isla de Bowen, porque más allá de haber sido considerada la mejor obra juvenil del 2012 esta novela en homenaje a Verne es una aventura como se han escrito pocas en lo que va de siglo. Con su indomable profesor Zarco, homenaje a su vez al Challenger de Conan Doyle, y con su viaje por el Ártico buscando reliquias milenarias, este relato, que arranca de forma clásica hasta superar los límites de la galaxia, obligará a los lectores a resucitar su experiencia con La isla misteriosa, Viaje al centro de la Tierra, 20.000 leguas de viaje submarino... Y con Wells, Tintín, King-Kong, Arthur C. Clarke y hasta Flash Gordon, sin prejuicios. No en vano, el primer premio que recibió La isla..., el Edebé, fue el 25º en la trayectoria del autor. Y el Nacional no será el último.

En cuanto a José Mallorquí, el autor de novela popular más exitoso del siglo XX español, la relectura implica un baño de prestigio. Así lo ha entendido la colección Letras Populares de Cátedra, que dedica a El Coyote un volumen antológico que sitúa al catalán al fin entre los grandes. Editado por Ramón Charlo, que contextualiza sabiamente el wéstern latino, y doblemente prologado por su hijo César, con un impagable Mallorquí desenmascarado, el libro revela por qué el creador de don César de Echagüe era un forjador de personajes de estirpe cervantina. Basta releerlo, como basta releer a su talentoso hijo, para saber que una gran aventura solo lo es cuando tiene detrás a un gran narrador. O a dos, uno tras otro.