Señores ministros, con perdón

Francisco Javier Zudaire

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Una ex ministra imputada, unos ministros equivocándose…, en fin, más de lo mismo cada semana. Y de todos los colores.

Ignoro qué se siente al llegar a ser ministro, pero, dado el comportamiento mostrado por algunos, me imagino que se entra en una dimensión insólita con tendencia acusada a perder el Norte. O la brújula entera. Da la impresión de que se les coloca delante de los ojos una nube de soberbia y ya no ven más que su infalibilidad incuestionable, como si estuvieran tocados por un espíritu santo especialmente diseñado para los titulares de las diferentes carteras. Con sólo atender al mitote de sus facundias desatadas, se entiende la metamorfosis de Kafka, la de una mariposa y la de un país descreído.

A mí me gustaría ser ministro por una hora, sólo por estar sesenta minutos sin pronunciar ninguna barbaridad ni rectificarme, y batir un récord para la historia de ese colectivo elitista. Así, contribuiría a recomponer un cargo digital que se nos está yendo de las manos y de la cabeza. Aunque tal vez en el pecado se lleve la penitencia y, jurado el cargo, resulte inevitable transformarse en un prepotente/imprudente y adquirir la ciencia infusa por el sólo hecho de formar parte del Consejo que despacha los viernes.

Una buena prueba de fuego para un ministro es, sin duda, una etapa de crisis. Ninguno se salva de sus consecuencias, y se hace obligado gestionar con menos recursos. Pero esa misma crisis demuestra también el lado oscuro de la ambición de ser ministro. Ambición legítima, desde luego. No obstante, ¿quién querría ser ministro de Economía o Empleo, por ejemplo, con un crecimiento insuficiente y la lista del paro disparada? Más todavía; ¿quién se arriesgaría a ocupar el puesto sin tener soluciones para ninguno de ambos problemas? Lógicamente, nadie que fuera honrado consigo mismo y supiera de su incapacidad. Sin embargo, faltarán repartidores de pizzas, pero sobran candidatos a ministros. En consecuencia, algo no encaja.

Necesitamos ministros que hablen poco y hagan mucho, que expliquen y pongan en claro sus acciones, pero sin caer en la incontinencia verbal ni mucho menos en la chulería macarra. Para chulos, ya estamos nosotros, el pueblo, que os paga el sueldazo. Vosotros, a lo vuestro, a ganaros ese dinero que sale del alma porque del bolsillo ya es casi imposible. Y a esas ideas peregrinas con que nos atribuláis cada poco tiempo, nacidas en el cuarto de baño -se supone, por la textura- ponedles una mochila y mandadlas de peregrinación al limbo de las ocurrencias estúpidas, que es lo suyo, ser ideas peregrinas, salidas de tono y hasta provocaciones. Contad hasta diez antes de soltar palabrería hueca o hiriente; y, en todo caso, necia, pues, aunque nos toque pagar, no somos todos del haba. No del todo.

Olvidaos de que rectificar es de sabios -apotegma discurrido por algún ministro, seguro- porque, si así fuera, vosotros superaríais a los Siete de Grecia. Y arreglad algo, hay tajo donde meter el pico y la pala, nobles herramientas, tanto o más que vuestra tijera. Y si no sois capaces, lo dejáis y os metéis en cualquier otra tarea de ésas que exigen no hacer nada; esas nodedicaciones que siempre, tarde o temprano, os buscan los mecenas cuando os mandan el motorista con la destitución firmada. Pero, al menos, no fastidiéis las esperanzas ni las pocas ilusiones que restan por consumir.

En resumen: más trabajar y menos ruidos, figuras.