Miedo a volar

Francisco Javier Zudaire

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Me gusta volar. Me ocurre desde que tengo la conciencia tranquila, así que tampoco hace demasiado tiempo.

Lo cierto es que he perdido el miedo y se me da una higa cuanto pudiera sucederme por ahí arriba. Quiero decir, al llegar de sopetón hasta aquí abajo. Hace unos días, el avión se movía bastante, y las azafatas se trastabillaban por el pasillo haciendo equilibrios con la bandeja y poniendo el freno de mano a los carritos de presunta comida. O de presunta lo que fuere.

Uno de esos baches nos vació el ánimo de golpe. No a mí, desde luego, que disfrutaba como si estuviera subido en una atracción feria. Por respeto al acojono general, al principio hice ver que yo también lo pasaba mal. Pero no es lo mismo. Cuando finges algo, te engañas a ti mismo, y yo disfruto poco engañándome a mí mismo, siempre me ha gustado más engañar a otros. Eso era cuando me asustaba en los aviones, cuando mi conciencia no estaba tranquila. El caso es que, en pleno repunte de baches, disimulaba al tiempo de derrochar empatía aérea, un sentimiento solidario que siempre te queda, cuando cruzas la línea, hacia los que has dejado en la otra orilla. Algo así como la comprensión ofrecida a los leprosos del siglo XXI, los fumadores, por el hecho de haber sido fumador en otra vida. Quiero decir, hace tiempo.

Finalmente, dejé de fingir y saqué mi aplomo a pasear. Allí estábamos, dando saltitos, hasta que el comandante Ortega nos dijo por megafonía que se trataba de unas turbulencias de lo más normales, algo frecuente en los cielos de las nubes. Una señora que iba a mi lado quiso entender el mensaje al revés y, lejos de calmarse, me comentó: 'Eso es que la cosa está muy mal'. Ya ves, hay personas que visualizan al Gobierno por todos los lados y en cuanto oyen 'a' entienden 'b', porque andan zurrados y escarmentados. Así es, se ha instalado en el personal un reset automático que revira los mensajes hacia el lado contrario. Debe de ser peña que cuando oyó la promesa de no subir los impuestos, tuvo claro que ocurriría lo contrario e interpretó la humorada del anuncio como un hachazo en toda la cresta, y acertaron. Claro, ahora les dice un piloto que no hay peligro y navegan entre la duda y la certeza opuesta.

Sostuve ante la señora que un comandante de la aviación no va a mentir si le llega su hora; al contrario, podía creerle, y esas turbulencias,  estimada señora, le dije, no iban a pasar de ser una anécdota en cuanto tomásemos tierra. Quiero decir, tomar tierra por las buenas. Se lo recalqué con una sonrisa entre salto y salto.

Cuando pasó todo, hubo comentarios excitados entre las filas de asientos, y mi compañera de viaje ponderó mi tranquilidad y manifestó a quien quiso oírla que  yo era un tipo valiente donde los hubiera y que no me había inmutado, sino que, al contrario, había intentado tranquilizarla a ella. En ese momento quisieron saber qué tipo de yoga o artes arcanas practicaba para tener ese dominio de mí mismo. No quería decepcionarlos, pero insistieron tanto que desvelé mi secreto: tenía la conciencia tranquila, así de sencillo.

Me observaron -mucho más que mirar- como a un bicho raro y ya no volvieron a dirigirme la palabra. Y mi compañera de asiento, me remató: "Con la que está cayendo aquí, en el mundo..., nadie puede hoy tener la conciencia tranquila, ¿no le parece?"

Mi conciencia ha recuperado su inquietud… y me he apuntado a yoga. Desde luego.