La sociedad ante los delincuentes
Inconfesos e irredentos
Los protagonistas de los casos de corrupción solo admiten su culpa sin con ello reducen la condena
Salvador Giner
Sociólogo
SALVADOR GINER
Según la tradición católica, el pecador confiesa su culpa en privado ante un sacerdote, vicario de la Divinidad. Según la protestante, lo hace ante la comunidad de creyentes. Por eso no es raro ver a uno de ellos alzarse y recitar sumea culpa ante sus correligionarios. La vida recta de algunos protestantes puritanos podría atribuirse al temor a tener que pasar por este mal trago. En nuestros descreídos tiempos esas maneras de entender la culpa y la responsabilidad dependen menos de la pertenencia de cada cual a su iglesia o secta, pero continúan teniendo raíces en épocas de mayor intensidad religiosa.
España habrá dejado de ser católica -como dijera donManuel Azañasin que nadie le entendiera bien- para pasar a ser un país con diversas fés, creencias y escepticismos, pero continúa siendo católica en su estilo: los delitos no se confiesan en público. De ahí la admiración por el gran ladrón del llamadocaso Palau,que anunció a los cuatro vientos su latrocinio. Anda suelto. Quien confiesa un crimen recibe los beneficios de la libertad y las dulzuras del arresto domiciliario. Es la ley. Pero su ejemplo no cunde. Ni a los que atrapan confiesan. Aquí, lo normal es ser inconfeso.
Hoy el asombro admirado del pueblo llano debe extenderse aLuis Bárcenas,contable del partido que tan cómodamente detenta el poder en España. Este caballero informó a sus concidadanos, atribulados por una angustiosa recesión económica, que él era un gran tunante, además de tesorero, dedicado durante la friolera de dos decenios, a financiar ilegalmente a los altos cargos de su partido. Y a atesorar enormes cantidades de dinero, cómo no, en Suiza. Tan tranquilo, se largó una semana a Canadá, recordarán, a esquiar. (No iba a hacerlo a La Molina, donde patrulla la Benemérita, y no hay sucursales bancarias extranjeras). Albricias. ¿Estamos ante la aparición de confesiones públicas de culpabilidad?
No parece. Ya verán lo angelical que será dentro de unos días, el 1 de agosto, la comparecencia de donMariano Rajoyante el Congreso. Incluirá cuantas piruetas permita la retórica parlamentaria pero estará ausente la confesión de culpabilidad. No va a ser el presidente del Gobierno quien inicie la anhelada regeneración moral. Porque esta, si tiene lugar, tiene que comenzar por la confesión pública de culpabilidad. No bastan sentencias judiciales.
Los casos que van saliendo a la luz pública merced a magistrados íntegros, o a la prensa, obedecen también, algunas veces, a chivatazos, ajustes de cuentas y destapes cuyas sórdidas razones se sabrán más tarde. Ello augura que se está formando una auténtica corriente de revelaciones de estafas, robos y otros delitos que podría inaugurar la sana costumbre de la confesión pública o reconocimiento de culpabilidad. No obstante, de momento, y tal como está el país es imposible suponer que al final, barrida bien la terraza, limpia y resplandeciente la morada común, no vuelvan a invadirla las ratas, los roedores de lo nuestro.
Para que esto no acaezca no basta con algunos encarcelamientos o permisos de libertad vigilada a este o aquel chorizo. Ni las rebajas penales, como la que ha beneficiado a donJaume Matas,otrora presidente de Baleares, al que el Tribunal Supremo le ha rebanado la pena de seis años a unos meros nueve meses, con notable ahorro para el presupuesto de prisiones. Es menester también que el culpable comparezca ante la gente. En las Cortes, a ser posible, aunque uno se contentaría con que fuera en el tablón municipal de anuncios de cualquier humilde aldea.
Hay quien supone que si los que nos roban no confiesan, o si no van más allá de tomar vergonzosas distancias de los delincuentes que son o fueron sus amigos, lo pagarán en las urnas. Ciertamente, fue ese el caso en las elecciones que en su día perdió el PSOE, aunque el desencanto y la mucha duración en el Gobierno también contó en la derrota.
Pero eso no ha sido siempre así. El partido que intenta ennoblecer su nombre con la expresión de popular, aunque sea sobre todo el de los ricos, ha conseguido reeleciones en Valencia y en Baleares sin castigo aparente. Las trapisondas dejan fríos a no pocos votantes.
Los que roban al pueblo, al contribuyente, y no confiesan o solo lo hacen forzados, rinden un flaco favor más a la incultura política de este país. Atizan las llamas del cinismo ambiental. «Todo el mundo roba»; «todo el que puede, prevarica»; «el que manda, expolia».
Expresiones como estas han ido incorporándose al lenguaje cotidiano y tienen como consecuencia dos cosas. Primero, que al que no le atrapan, tiene patente de corso para hacer de eso, de corsario o de pirata. Y, segundo, que la confesión no es una cortesía necesaria, sino solo una miserable estratagema más para reducir condena.
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