Gente corriente

«Los nómadas tienen cero y necesitan cero»

Emprendedores en el desierto. Las peripecias de dos catalanes y un bereber para abrir un albergue turístico en el sur de Marruecos

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POR GEMMA TRAMULLAS

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Si se traza una línea recta entre Fez y Marraquech, al norte quedaría el Marruecos más cosmopolita y desarrollado y al sur, un país rural y austero. Ferran Martínez, contable financiero, y Sergi Gómez, fotógrafo, viajaron hace siete años al extremo sur y allí conocieron a un guía bereber, Akour. De ese encuentro fortuito nace esta historia.

-¿Quién es Akour?

-Sergi: Es todo un personaje. Un bereber que vive con su familia en Hassilabied,un pueblo de casas de adobe en el desierto. Su padre era guía de los militares porque se conocía el desierto como la palma de su mano y él es de los pocos guías capaces de hacer una travesía de 200 kilómetros sin perderse.

-¿Cómo le conocieron?

-Ferran: Le contratamos, a él y a otros dos chicos, para pasar cuatro noches y cinco días en el desierto. Conectamos de una forma muy especial. Pensábamos que sacaríamos una experiencia mística, pero en lugar de eso sacamos a un amigo.

-S.: Hasta Hassilabied llega el rumor de los motores de las motos y los quads de los turistas, pero Akour nos llevó a la parte más profunda del desierto, donde viven familiares suyos nómadas. Era como un documental: había una jaima [tienda] solitaria en medio de una explanada enorme; una anciana, dos niñas y una joven con un bebé; tenían un horno para hacer pan y nada más. Los nómadas tienen cero y necesitan cero.

-De amigos pasaron a ser socios.

-F.: En aquel primer viaje nos dimos cuenta de que allí había gente emprendedora y se podían hacer cosas. Yo tenía pendiente el proyecto de la carrera de Dirección y Administración de Empresas y decidí hacerlo de cómo montar un albergue rural en las dunas del desierto.

-S.: En Marruecos hay muchos emprendedores con una fortaleza muy bestia, pero el lugar no se lo pone fácil. Esta zona del país es una tragicomedia porque todos tienen muchas ganas, hablan muchos idiomas y han estudiado pero después o se dedican al turismo o no tienen nada.

-F.: Cuando volvimos al cabo de un par de años, Akour se había comprado dos dromedarios y empezaba a trabajar por su cuenta. Una noche nos dijo que le gustaría poder crecer y le preguntamos qué se lo impedía: «El banco -dijo-. Mi único patrimonio son dos dromedarios».

-Nadie le daba crédito.

-S.: No es que estemos montados en el dólar, al contrario, pero vimos que la idea del albergue no requería una gran inversión, y le propusimos invertir a tres bandas: él ponía los dromedarios y la mano de obra y nosotros el poco dinero que teníamos y el que nos prestaron nuestras familias.

-¿En qué fase está el proyecto?

-F.: Tenemos un albergue con varias habitaciones, pero aún no tenemos el permiso de apertura. Hay una zona de jaimas que funciona y la oficina de rutas por el desierto de Akour (www.riadakour.com).

-S.: La burocracia es espectacular. Recorres 40 kilómetros hasta el centro administrativo con un calor horroroso y el funcionario puede estar durmiendo o curando la pata del burro de un vecino. Solo para hacer los papeles de la empresa nos tiramos dos años. Cuando por fin los reunimos todos, habíamos puesto mal un sello: lo pegamos a la izquierda y tenía que ir a la derecha. Los tres enfurecimos. Al final, Ferran lo borró con tippex y se montó una discusión entre los funcionarios que decían que eso no era correcto y los que se pusieron de nuestra parte.

-Y aquí nos cabreamos cuando internet va un poco lento.

-F.: Allí todo es muy austero. Internet, por ejemplo. Tenemos un módem USB móvil colgado del techo y metido en una botella de coca-cola para que la arena del desierto no lo estropee. Eso es el wi-fi del albergue.

-S.: Intentamos conservar al máximo su manera de hacer las cosas. No queremos llevar el lujo europeo hasta allí; una, porque no tenemos dinero y otra, porque ya lo hacen otros. Más que un negocio, lo nuestro es una ilusión. Si funciona, bien, y si no siempre tendremos una casa y un amigo en el desierto.