La evolución sin sentido

ALBERT COMAS

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“No me negarán que no es necesario apoyar a gente que no sólo mata a sus enemigos, sino que les abre en canal y se come sus intestinos delante de gente, delante de las cámaras. ¿Es a esta gente a la que queréis apoyar? ¿Es a ellos a los que queréis dar armas?” Putin pregunta a Obama y a los socios europeos si quieren ayudar a los caníbales y concluye: “esto tiene poco que ver con los valores humanitarios que se han estado predicando en Europa durante cientos de años”.

Putin sabe que las crueles imágenes de canibalismo de los rebeldes sirios despiertan un rechazo ancestral. Un buen pie de foto podría ser La evolución sin sentido, que justamente es el título del libro escrito a seis manos por los paleontólogos Jordi Agustí y Eudald Carbonell, y la periodista Yolanda García, que se ha encargado de la difícil tarea de hacer la pregunta indicada en el momento preciso. El prólogo lo ha escrito Víctor Gómez Pin. Se trata de las interesantísimas conversaciones sobre la especie humana que estos mantuvieron a propósito del año Darwin (2009).

Del canibalismo, Agustí y Carbonell explican que a finales del Pleistoceno en Atapuerca y lugares similares el aumento de la demografía llevó a los diversos grupos de homínidos a competir por los mismos recursos desencadenando un canibalismo estructural. De ahí que se volviera una práctica habitual inhumar los cuerpos de los más cercanos para evitar que se convirtieran en alimento del enemigo. No sólo los sapiens inhumaban a sus muertos, también lo hacían los neandertales y, probablemente, también los heidelbergensis. Aunque la inhumación se orientaba a la supervivencia, también tenía un carácter simbólico. Como dice Jordi Agustí, inhumas a aquel a quien reconoces como un igual, a aquel que es un reflejo de ti mismo.

El canibalismo también tenía un carácter ritual y simbólico más allá de la necesidad biológica. Pero si la inhumación es un gesto de reconocimiento como igual, el canibalismo sería más bien lo contrario: decir que el otro no eres tú; afirmar un grupo sobre el otro. Lo más repulsivo del caníbal sirio es la dimensión simbólica, y en tanto que simbólica también humana, de la ingesta del corazón y el hígado de su enemigo. Es horrible tener que reconocer como humano un gesto tan abominable. Precisamente, porque evoca el sin sentido, o como dirían Jordi Agustí y Eudald Carbonell, “La evolución sin sentido”.

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