El proyecto independentista

Mestizaje, inclusión y futuro

Una Catalunya soberana no debería ser como el pasado de quienes la combaten

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RAMON FOLCH

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Nací en el Camp d'en Grassot. Entre Gràcia y Sant Martí, pues. Mi abuela materna,Esperança, tejedora y espiritista, nacida en Gràcia de madre aragonesa y padre catalán, siempre «bajaba» a Barcelona cuando tenía que ir al centro. Me daba a conocer la gente del barrio y sus calles, que eran las de su juventud, antes de la guerra. De ahí que los gitanos de la calle de la Llibertat formasen parte de mi imaginario infantil. Más tarde descubrí los de la calle de la Cera gracias alGato Pérez,la rumba catalana y todo eso. Mientras, había leído aSalvador Espriu,con su Esperanceta Trinquis. Supe con el tiempo que aquel catalán difícil y sublime en realidad era caló, terminología de bajos fondos queEspriutomaba prestada, sin ocultarlo en absoluto, deJuli Vallmitjana.Entonces hurgué en la obra deVallmitjanay comprendí la querencia de Isidre Nonellpor pintar gitanas y cretinos. Resultaba que, además de la estirada Catalunya noucentista, que nunca había acabado de existir del todo, había una vital Catalunya popular de rompe y rasga circulando por la calle, incluso un lumpen catalán en las alcantarillas de la gran ciudad. O sea, que éramos un país, no un soneto.

Julià Guillamon,en un magnífico prólogo a una edicióm moderna (2005) del libro deVallmitjanaDe la raça que es perd(1906), repasa aquel universo de artistas, ni modernistas ni noucentistas, que vivieron en tiempos del modernismo y del noucentisme. Y de teósofos, tan a la moda en aquel entresiglos. Mi abuelo materno,Josep, farolero, era seguidor deCamille Flammariony otros teósofos (Vall-mitjana también). Había nacido en Totana, cerca de Murcia, y era catalán de los pies a la cabeza. No de raíz, pero sí de arriba abajo. Me llevaba al puerto a merendar y a ver los barcos. Cuando bajábamos por el paseo de Sant Joan me señalaba discretamente la Biblioteca Pública Arús. Estaba clausurada. Eran tiempos de franquismo, nada propicios a librepensadores y masones comoRossend Arús.Ni a teósofos. Ni a ácratas, como el primo de mi abuela, que no estaba bautizado y se llamabaGerminal. En casa vivíamos en silencio aquel mundo de interdicciones. No éramos católicos y, encima, éramos catalanes.

En los años 60, cuandoJordi Solé Tura,gran persona, largó aquello de que el catalán era la lengua de la burguesía, pensé que decía una tontería considerable. Se refería, y solo parcialmente, a una Catalunya de biblioteca. Entre un doloroso exilio y su extracción social, seguramente no había jugado acavall forto apam i clecacon los demás niños en la calle, ni había oído hablar a los gitanos de Gràcia o del Poble Sec. Ni tampoco a los compañeros de mi abuelo, como él nacidos quién sabe dónde y proletarios de una pieza pero gente que había aprendido un catalán para nada burgués en la fábrica o en el taller. Por inmersión, desde luego. Un catalán plagado de barbarismos, pero sintácticamente impecable y prosódicamente genuino, repleto de giros brillantes y concluyentes frases hechas.

Mis abuelos paternos eran otra cosa. Modista mi abuelaDolors(señoraLola,la llamaban), cerrajero mi abueloRamon. Ella, nacida en Moja, de familia del Penedès hasta perderse de vista; él, de Montblanc hasta sus antepasados más remotos. No guardo recuerdo alguno de ellos porque fallecieron antes de que yo naciera. Pero a través de mi padre supe de su tradición menestral y payesa (noble venida a menos, incluso), cristalinamente catalana. Así que soy medio mestizo de bisabuelos para arriba.

Como la mayoría de catalanes, por cierto. Los catalanes nacemos fuera, podría decirse. Somos un pueblo con mucha historia colectiva y poca estirpe personal autóctona. Somos un proyecto basado en la historia, muy diferente de ser un futuro que vive del pasado. Radicalmente distinto. Ahora aspiramos de nuevo a la independencia (ya la tuvimos, y por siglos), hartos de tanta comedia amortizada de súbditos serviles y cortesanos que confunden la generación de valor añadido con tener privilegios sobre plusvalías. Será una independencia para poder salir adelante. Necesariamente, deberemos construirla a partir de un presente mestizo. Como siempre hicimos. Cuando oigo hablar de insolidaridad y de nazismo para designar el empuje creador y la perseverancia inclusiva siento mucha pena.

E inquietud, porque esa gente que no quiere entender nada aún hoy lo decide casi todo. Incluso nuestro futuro, que según ellos debería ser como su pasado. Hay que marcar distancias. Por solidaridad hacia los solidarios y por voluntad integradora, pensando en nosotros y en nuestros hijos. Y también en los hijos de ellos, que no tendrán ninguna culpa. Para ser solidario y corresponsable hay que ser plenamente libre. No somos un soneto, pero menos aún un mal pareado lisonjero para halago de poetastros. Décadas atrás, mi abuelo catalán nacido en Totana ya soñaba con este momento.