Los errores de la medicina

La selección no natural de los médicos

El profesional estándar es ahora poco crítico, más numerólogo que clínico y sin perspectiva global

ANTONIO SITGES-SERRA

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A mis estudiantes Aina, Clara, Albert y Víctor, luchadores por sus centésimas.

La formación de los médicos ha evolucionado de tal forma que el ingreso en las facultades de Medicina y la elección de especialidad en el sistema MIR se fundamentan, casi exclusivamente, en el rendimiento en unos exámenes de conocimientos. Para entrar en la facultad se combina la métrica del bachillerato con unas pruebas de selectividad que hace ya tiempo que dejaron de ser selectivas. Para entrar en el sistema MIR y poder elegir especialidad y centro se requiere una buena métrica universitaria y una nota consistente en un examen estresante, unidimensional y memorístico. La selección de los futuros médicos se basa en un sistema de medición numérica del rendimiento académico.

SEMEJANTE reduccionismo tiene su lógica en un país que viene de la picaresca, el enchufismo y el tráfico de influencias a los que el sistema vigente ha puesto coto favoreciendo la igualdad de oportunidades. Pero basar la selección de futuros médicos en inteligencias adaptadas a los exámenes de elección múltiple y en el consiguienterankingtiene serios inconvenientes.

Paralelamente a la exigencia métrica, el cúmulo de conocimientos que va adquiriendo el candidato a médico ya desde el bachillerato es relativamente estrecho de miras, pues una proporción abrumadora de créditos caen dentro de la esfera de lo que podríamos denominar ciencias empíricas. Incluso las ciencias clínicas se encuentran en la actualidad impregnadas de ese biologismo cuantificador e hiperespecializado, heredero de los criterios americanos de los años 60, en los que aún se inspiran no ya las facultades seculares sino aquellas que han pretendido innovar y que, en realidad, no han hecho más que llevar hasta el extremo un modelo periclitado.

Hoy ya disponemos para su valoración de, por lo menos, dos décadas de promociones de médicos educadas en una visión cuantitativa, biologista y poco compasiva y comprensiva de su profesión. En general el resultado es desalentador. El perfil humano del médico estándar es el de un profesional poco crítico, más numerólogo que clínico, que carece de perspectiva global. Adicto a las pantallas, estudia poco e ignora la buena literatura nacida al calor de la medicina (pienso, por ejemplo, en obrasBalzac,Tolstoi,SolzhenitsinoKundera). Celoso de su calidad de vida (eufemismo que a menudo oculta irresponsabilidad), es un médico de horarios y ficha, poco disponible. No cuestiona sus más que cuestionables relaciones con la industria sanitaria y es un activo agente de la galopante medicalización social, de la que obtiene réditos materiales, académicos o políticos. Termina la carrera sin apenas conocimientos prácticos y, cuando acaba, constata que su formación de poco le vale en el mundo real. Si se sostiene su prestigio social, es más por el mayor deterioro de otras profesiones y por la celebrada religión de la salud y de la ciencia que profesamos, que por méritos propios.

Quizá debamos mirar, de nuevo, hacia otro lado. Los norteamericanos, que fundaron y nos precedieron en esta ruta, han constatado que el modelo numérico-biológico está en crisis. Y eso que en EEUU han existido tradicionalmente factores de corrección (que aquí decidimos estúpidamente no imitar) como las entrevistas previas al ingreso en la facultad o en el hospital o la mayor implicación de los estudiantes en la práctica clínica. Líderes docentes de universidades punteras estadounidenses han retado al pensamiento tradicional al afirmar que algunos de los rasgos esenciales para el ejercicio correcto de la medicina relativos al raciocinio, capacidad de comunicación, crítica de la ciencia mercantilizada, etcétera no se corresponden con la capacidad para superar tests estandarizados, hecho que excluye del acceso a la profesión a excelentes candidatos. Con buen tino, reclaman lo que muy pocos hemos reclamado insistentemente en nuestro país: que los estudios de Medicina reencuentren su filón humanístico y se abran no solo al bachillerato de letras sino a temas como la salud global, la ética, las políticas sanitarias o las bases culturales de las diversas prácticas médicas. Y que los estudios de Medicina se acerquen al mundo real, del que las excesivas aulas son un pálido reflejo.

NUESTRO MODELO educativo prima la competitividad, margina el raciocinio y estimula la batalla de los estudiantes contra el sistema por centésimas en las notas de sus exámenes porque de ellas dependen oportunidades y decisiones que van a marcarles de por vida. Esto es injusto y además interfiere con el proceso racional de la docencia de una disciplina que es eminentemente aplicada, integradora, creativa y colaborativa. Nuestra manera de concebir la formación médica se encuentra fosilizada. Su estancamiento es insensible al convulso entorno social, cultural y científico en los que está inmersa.