ANÁLISIS
Dejemos a las familias en paz
Los padres no han dimitido de sus responsabilidades. Más bien ocurre que por querer ser perfectos, ignoran cómo ser buenos padres, es decir, padres normales. Entiendo por padres normales los que saben sobrellevar la neurosis inherente a la tarea de educar a los hijos sin estar todo el día preguntándose si lo han hecho bien.
Lo que tienen que hacer los padres es lo que han hecho siempre los padres normales: procurar que sus hijos tengan qué comer, una cama en la que dormir, ropa limpia que ponerse; garantizar que duermen las horas que tienen que dormir, que comen a las horas que tienen que comer, que hacen un poco de ejercicio físico diariamente y que mantienen con la higiene una relación cordial. Deberían saber, además, como sabían nuestros padres, que nuestros hijos aprenden más de nuestros comportamientos que de nuestros consejos.
Lo que la mayoría de padres le piden a un maestro es también lo de siempre, es decir, lo que le piden a un mecánico, a un médico o a un lampista: profesionalidad. Lo que quieren es estar seguros de que se ocupan de sus hijos buenos profesionales y decirse a sí mismos: «tranquilo, que tu hijo está en buenas manos». Permítanme la grosería de recordar una obviedad: los padres tienen hijos; los maestros, alumnos; y la sociedad, ciudadanos. En cuestiones de educación, los padres son los aficionados; los maestros, los profesionales; y la sociedad, el examen de reválida.
No suele haber padres dimisionarios, sino padres perplejos por asistir a reuniones escolares en las que se les dice que en la clase de lengua harán lengua; en la de matemáticas, matemáticas, y en tutoría, educación en valores, mientras ven que sus hijos acabarán la ESO sin hablar inglés. Hay muchos padres cansados de asistir a entrevistas en las que se les repite que su hijo es un buen chico, pero que se distrae mucho; que es inteligente, pero no estudia; que tiene buen fondo, pero relaciones sociales difíciles. No aceptarían fácilmente que un médico se limitase a entregarles un diagnóstico. Pongo el ejemplo del médico porque la labor docente tiene más similitudes con la clínica que con la mecánica.
No es la dimisión, sino una cierta decepción, lo que explica que toda la retórica que desplegamos a favor de la participación escolar de las familias en los centros educativos sea respondida de manera casi podríamos decir que anecdótica en las elecciones a los consejos escolares. Lo más cómodo, para no cambiar nada, es decir que los padres no están interesados en participar en la escuela, pero la realidad es que hemos caído prisioneros de nuestras buenas intenciones. Y haremos lo posible por salvarlas.
Se suele decir que hay una alta correlación entre la participación de los padres en los centros y los resultados de los hijos. Yo creo que la correlación real es la que existe entre la satisfacción de los padres con el centro educativo y los resultados de los hijos. Ninguna familia debería llevar un hijo a una escuela a la que no pueda referirse espontáneamente como «nuestra escuela».
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