CAMBIO EN LA CÚPULA DE LA IGLESIA

Un Papa de la aldea global

Francisco I, en el balcón principal de la basílica de San Pedro.

Francisco I, en el balcón principal de la basílica de San Pedro. / periodico

ALBERT GARRIDO

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En la elección de Jorge Mario Bergoglio para ocupar la sede de Pedro se dan tres novedades absolutas: es el primer americano que alcanza el papado, se trata del primer jesuita elegido para el puesto y es desde la noche del miércoles el primer Papa en llevar el nombre de Francisco, un santo con las connotaciones de humildad, modestia y heterodoxia de sobra divulgadas dentro y fuera de la Iglesia.

Todas las cábalas se han venido abajo en una elección abierta desde el principio, pero rapidísima --un día de cónclave--, donde la necesidad de renovación ha prevalecido por encima de cualquier otra consideración. Y también, claro, el deseo de los cardenales curiales italianos de equilibrar, quizá asegurar, la elección del Papa con el nombramiento de un secretario de Estado de su confianza.

Bergoglio no es un recién llegado a la carrera papal. En el 2005 se dice que obtuvo un buen puñado de votos, pero entonces anunció que no quería ser el sucesor de Juan Pablo II. El gesto de Bergoglio, apoyado por el eminente Carlo María Martini, despejó el camino al cardenal Ratzinger, favorito del establishment vaticano. Sería una deducción apresurada colegir del apoyo de Martini, hace ocho años, que Bergoglio es un reformista, pero así se le etiquetó durante las sesiones de la congregación general.

Solo es posible aventurar que el cardenal salió de ellas con suficientes apoyos, fruto de pactos entre facciones, para hacer posible un desarrollo muy breve de la elección. Pero resultaría asimismo arriesgado afirmar que Bergoglio entró en la Capilla Sixtina investido con los atributos invisibles de Papa in péctore.

La decisión del cardenalato desmiente algunos vaticinios hechos antes de iniciarse el cónclave, especialmente aquel que daba por seguro y casi necesario que el sucesor de Benedicto XVI fuese un cardenal joven: Francisco I cumplirá 77 años en diciembre. Tampoco se ha cumplido el prejuicio esgrimido por los más conservadores de que un Papa americano podía dar un enfoque al gobierno de la Iglesia que chirriara con la sensibilidad europea. Frente a tal punto de vista se ha impuesto otro estadísticamente indiscutible: mientras decae la práctica religiosa en Europa y la religiosidad a la carta gana adeptos, la afluencia de fieles a las iglesias americanas es espectacularmente numerosa y la imbricación de la religión con la política es algo cotidiano (basta recordar lo sucedido durante las últimas semanas de la vida de Hugo Chávez).

Junto a los desmentidos, se ha dado una confirmación: la comunidad católica, después de siglos de papas italianos que construyeron una trama de intereses esencialmente italiana, encadena tres pontífices que aprendieron el italiano en función de su oficio. Se trata de un reflejo de las reglas imperantes en la aldea global que otorga relevancia a lo que hasta hace muy poco, desde Europa, se tuvo siempre por periferia.