Al contrataque
El gran salto
Joan Barril
Ha dirigido el semanario 'El Món' y ha ejercido de columnista en diarios como 'El País' y 'La Vanguardia'. Actualmente presenta 'El Cafè de la República en Catalunya Ràdio'. En televisión dirigió el programa 'L'illa del tresor' junto a Joan Ollé en el Canal 33.
JOAN BARRIL
Estaba Artur Mas viviendo sin vivir en él, en la bisectriz entre los deseos y la realidad, cuando de pronto se encontró con Felix Baumgartner. Pronto congeniaron. Baumgartner le contó a Mas que había intentado su gesta aventurera en dos ocasiones y Mas le respondió que también él había rozado las mieles de la presidencia pero que un pacto tripartito le había dejado en la oposición. En las largas noches de crisis económicas y recortes brutales, el ya presidente se dispuso a emular a su amigo Felix. Se subió a una cápsula suspendida de un globo de pasiones y el globo se fue hinchando y elevándose gracias a la respiración de sus conciudadanos y a la ayuda inestimable de los bufidos airados de la España centrípeta. Por un extraño fenómeno, cada vez que un ministro, un barón, un militar o un magistrado resoplaban, el globo de Mas se hacía más turgente. Encerrado en su pequeña cápsula, el presidente se dio cuenta de que para que un país encuentre su propio Estado no hay que ir a escarbar en la memoria histórica de los pueblos. Eso es soberanismo romántico. Y lo que ahora se lleva es un rechazo ante un Estado paralítico y unos voceros que parecen surgidos de una taberna galdosiana.
El problema no es España. El problema son sus administradores, que prefieren invertir sus energías en los tópicos de la catalanofobia antes que ponerse a buscar soluciones equitativas para impedir la catástrofe en la que se ha sumido a los ciudadanos. Así estaban las cosas cuando Mas escuchó un rumor de muchos miles de voces y pensó: "Ahora o nunca". Abrió la portezuela, saludó a las multitudes que lo aclamaban y se lanzó al vacío. Cuando la gente está harta de los trapecistas de circo, se encariña fácilmente con los héroes que hacen añicos la barrera de todos los sonidos que en España son y han sido. Mas puede ser un insensato o un suicida, pero para bien o para mal es auténtico. Fuera de la pequeña cabina ya no puede volver atrás. Corifeos y libelistas ávidos de mantenerse en sus cargos continúan rebuznando en la estratosfera, pero el vertiginoso saltador ya no oye amenazas. Y por delante solo le quedan los prados horizontales de la Historia.
Los adversarios del gran saltador lo adornan con calificativos que rozan el ridículo. Es probable que Mas sea mesiánico, pero no hay política nueva sin que a lo lejos se vislumbre la tierra prometida. Es posible que se sienta aprisionado, pero más vale ser preso de su gente que de aquellos que masajeaban a un president llamándole "español del año". Es casi seguro que Mas no puede continuar la tradicional francachela de café con aquellos a los que suele apoyar en sus presupuestos. El gran salto tiene algo de inmolación.
"Vas demasiado deprisa"
Y en estas reflexiones escuchó por los auriculares la advertencia de Baumgartner: "Cuidado, colega. Vas demasiado deprisa". Y Mas salió de su nube, accionó el paracaídas y dijo que, tras el vuelo, no pretendía la independencia total de Catalunya, sino una interdependencia en la que se compartan aspectos tan simbólicos como seguridad y defensa. Un rugido de alivio debió salir de la caverna. Al llegar al suelo, Duran lo estaba esperando. La aventura continuaba.
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