Editoriales

Un minuto del Papa

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Hace 14 años, el llamamiento del papa Wojtyla desde el corazón de La Habana a que «Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba» despertó esperanzas de una apertura del castrismo. La participación de Juan Pablo II en la caída de los regímenes comunistas a partir de su Polonia natal hacía pensar que la oleada democratizadora llegaría a la isla caribeña de la mano del Pontífice viajero. Aquella visita, la primera de un Papa a Cuba, sirvió para iniciar un tímido proceso de normalización de relaciones entre la Iglesia y el Estado. Sin embargo, la auténtica normalización, la que estaba implícita en las palabras del Pontífice, quedó en nada, como bien atestiguan la represión que sigue imperando en la isla, que se ha recrudecido en los días previos a la visita papal, y el mantenimiento de un régimen que, a lo sumo y obligado por las necesidades más perentorias de su supervivencia, ha tenido que abrir un poco la mano en cuestiones económicas.

Muchos se preguntan, en estas condiciones, a qué va a Cuba un Papa anciano, escaso de salud y poco dado a la empatía. Es lógico que la Iglesia cubana quiera afianzar su papel en la sociedad y que desee hacerlo en terrenos como la educación, la sanidad y los medios de comunicación. Esto es así en Cuba y en cualquier otro país. España, sin ir más lejos. Pero siendo estos terrenos muy sensibles, también es lógico que el régimen frene tales peticiones. En este tira y afloja, la Iglesia corre el riesgo de acabar en el indeseable papel de colaboracionista.

La intervención del cardenal Jaime Ortega fue decisiva para la liberación de varias decenas de presos políticos en el 2010. Ahora, sin embargo, el purpurado tomó la decisión de pedir a la policía que desalojara a unos disidentes que habían ocupado pacíficamente una iglesia. También se ha desmarcado de las Damas de Blanco, el grupo de mujeres que cada domingo, tras asistir muchas de ellas a misa, desfilan vestidas flor en mano para reclamar la liberación de todos los detenidos políticos. Ahora estas mujeres piden un minuto, solo uno, para hablar con el Papa. No parece que la curia -y mucho menos el régimen- esté dispuesta a concedérselo. Si lo hiciera, eso sí sería un cambio y el viaje del Pontífice habría valido la pena.