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Gabor Bene: «Ser ciego no me impide trabajar con imágenes»

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Gabor Bene.

Gabor Bene. / JOAN PUIG

Gabor Bene, húngaro de nacimiento, sabe que la libertad es el bien más precioso de la imaginación. Este verano ha releídoEl maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov, ha andado y desandado los senderos de la sierra del Cadí con Gustav, un intuitivo perro labrador, ha escritoe-mails en los cinco idiomas que habla y se ha volcado en un documental de Albert Solé que desvela cómo habiendo perdido la vista puede seguir ejerciendo de director de fotografía.

-A los 17 años huyó de Budapest.-Me confiscaron el pasaporte tras fugarse mi hermano. Me esperaban dos años de mili y, sin papeles, decidí llegar a los Balcanes, a Bulgaria. Terminé en Alemania como refugiado político de Europa del Este.

-¿Cómo logró salir de Hungría?-Los servidores de todas las dictaduras son vagos y poco eficientes. Conseguí unos formularios de la escuela de cine de Praga, los rellené y se los entregué a la policía para pedir permiso para ir al examen. Me dieron un pasaporte con validez de una semana, pero se olvidaron de tachar que no tenía acceso a otros países.

-¿Se reunió con su hermano?

-Sí, en la antigua Yugoslavia. Por fin alcancé la libertad. En un cámping comí mi primera pizza. Inolvidable.

-¿Cómo se ganaba la vida?

-Al ser menor de edad, en Alemania tuve que falsificar documentos. Como universitario podía acceder a trabajos temporales: limpiar garajes, lavar cadáveres... Aprendí alemán y leí libros prohibidos, entre ellos los de Franz Kafka. Eran tiempos de turbulencias, coqueteé con la izquierda extrema. Pude viajar a Israel. Me enteré de que rodaban wésterns con Jack Palance en el desierto del Sinaí y acabé de productor. Por primera vez hice dinero.-Regresé a Alemania, y gracias a mi matrimonio con una canadiense conseguí un pasaporte en regla. Y volé a Eivissa, donde trabajé de profesor de navegación. Tras un tiempo en Toronto, en 1982 volví a las Baleares y con mi hermano montamos un chiringuito en la isla de Tagomago, donde iba lajet-set. Allí me enamoré de Christina, una camarera alemana. Decidimos probar suerte en Japón, pasando antes por Hungría para reencontrarme con mis padres. Una vez en Budapest, decidí quedarme.

-¿Y después?

--Regresé a Alemania y gracias a mi matrimonio con una canadiense conseguí un pasaporte en regla. Y volé a Eivissa, donde trabajé de profesor de navegación. Tras un tiempo en Toronto, en 1982 volví a las Baleares y con mi hermano montamos un chiringuito en la isla de Tagomago, donde iba la jet-se. Allí me enamoré de Christina, una camarera alemana. Decidimos probar suerte en Japón, pasando antes por Hungría para reencontrarme con mis padres. Una vez en Budapest, decidí quedarme.

-¿Y Christina?

-Siguió las estrellas fugaces de su vida. Era una mujer especial, guapísima. Tenía claro que se moriría a los 23 años, pero se equivocó. Falleció yendo a Madrid en un accidente de coche, con un kilo bajo el asiento -no hace falta decir de qué- a los 21.

-Y usted estudió cine en Budapest.

-Ya era hora de ponerme serio. Conocí a una española en una carrera de fórmula 1 y empezamos una relación. En ese momento estaba rodando un documental sobre drogadictos. La policía se enteró, me pidió los negativos y tuve problemas. Lo terminé, pero lo dejé todo para instalarme en Madrid. Al poco de llegar rompimos a causa de su mejor amiga.

-¿Se lió con ella?-Yo no. Mi novia se dio cuenta de que estaba enamorada de ella. Soy cabezota y opté por quedarme en Madrid para aprender español. De noche trabajaba de pinche con filipinos y de día leía toda la prensa, sobre todo las viñetas de El Roto. ¡Genial! Después entré en la productora del hijo de Berlanga ordenando vídeos y limpiando el suelo. Terminé rodando un vídeoclip de Miguel Bosé. Cinco meses filmando y no me pagaron. Al final lo arregló Berlanga padre.

-¿Siguió en el medio audiovisual?-En las retransmisiones de fútbol de Telemadrid y rodando anuncios. Pero el dinero lo gané dirigiendo vídeos para karaoke. Con la crisis posterior al 92, acepté ir a Sudamérica para filmar espots. En Bogotá conocí a la madre de mi hija y volví al mundo del cine. Fui el director técnico deLa virgen de los sicarios, de Schroeder. Durante el rodaje empecé a perder la vista. Me contagiaron una conjuntivitis. Ten cuidado con quien lloras, porque las lágrimas pueden ser mortales.

-Pero le diagnosticaron glaucoma.

-No duele, pero poco a poco te quedas ciego. Seguí trabajando, aunque tropezaba con todos los cables. Daba instrucciones a partir de los datos que me contaban los técnicos.

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-¿Cuándo fue irreversible?-Ese fue el problema: nunca lo creí. Me sometí a una operación y lamentablemente ya nunca más vi.

-¿Recuerda los colores?-Claro. No ver no quiere decir que no tenga conceptos visuales. Mis ideas tienen formas. Sigo trabajando con imágenes.