Dos miradas de verano
El discurso papal
Josep Maria Fonalleras
Escritor
JOSEP MARIA FONALLERAS
Benedicto XVIha sido uno de los personajes protagonistas del mes de agosto. El Santo Padre ha intervenido en unas jornadas que él no habría creado pero que se ve obligado a continuar. Un Papa intelectual no se siente cómodo en medio de una macroexplosión del catolicismo, pero sabe que, en la línea que inventó su antecesor, ya no hay marcha atrás.Juan Pablo IIentendió que sin espectáculo, sin exhibición, sin participar en la guerra de las masas, no había espacio para el discurso. Ha pasado, sin embargo, que el discurso se ha ido diluyendo en este líquido pastoso donde se confunden la peregrinación y el afán misionero. Son dos de las ramas principales de la acción católica: el tributo a los orígenes (con dosis de superstición y necesidad de palpar la fe evanescente en contacto con la reliquia sólida) y el apostolado (que significa expansión y voluntad férrea y constante de implantar el mensaje). La ciudad y el mundo, en definitiva. La fidelidad romana y la universalidad.
En estas jornadas se instauró (y el invento aún pervive) el culto a la personalidad, viva y presente, el Papa como objetivo del peregrino, algo nunca visto en la historia de la Iglesia, combinado con una parafernalia que ha abandonado el registro aristocrático para convertirse en fuerza de choque mediática. Más allá de las arengas y de las ridículas indulgencias, esta es la verdadera cara (la forma se impone) del discurso papal.
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