El turno

Contra la democracia subastada

JOSEP MARIA Terricabras

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Cada día resulta más claro que la democracia que tenemos, y que parece que tendremos, es básicamente electoral. Yo siempre había pensado que las elecciones libres y periódicas eran precisamente lo mínimo de una democracia, su punto de arranque, y que entonces, entre todos, teníamos que ir construyendo una sociedad con más libertad, más igualdad y más fraternidad (uso adrede estas expresiones).

Parece ser -siempre me opondré- que las cosas no funcionan así. Los ciudadanos quedan progresivamente reducidos a la condición de súbditos: les toca pagar -pagarlo todo tres veces- y tienen que abandonar cualquier expectativa de un futuro menos conflictivo, más humano. Este drama, sin embargo, no lo vive solo la ciudadanía, sino que abarca las instituciones públicas y los estados. Los intereses económicos privados -especulativos y quizá mafiosos- compran, venden y alquilan estados enteros. Están haciendo una cacería despiadada de todo lo público. Están subastando el presente y el futuro de todos.

Dentro de muy poco, el pueblo ya solo podrá votar. Pero entonces ya no tendrá sentido que vote. Los que no creen en la democracia todavía se refugian precisamente en el hecho de haber sido votados, como si esto lo fuera todo. Se refugian cuando quieren hacer creer que, porque han sido votados, cualquier decisión suya es legítima. Pues, no. Están legitimados para tomar decisiones, pero no cualquier decisión, salvo que quieran imitar a los gobiernos autoritarios. Pero también se refugian en los votos obtenidos para eludir la acción de la justicia, como si fueran intocables. Así dinamitan la separación de poderes que define la democracia.

Si los demócratas no reaccionan, pronto comprobarán el resultado de la subasta y del voto sumiso: se habrá impuesto la tiranía, quizá con ribetes democráticos.