El cuerno del cruasán
Lo que queda de Italia
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
JORDI PUNTÍ
Si este verano tienen la intención de pasar las vacaciones en Sicilia, deberían leerLes paraules són pedres,deCarlo Levi, un espléndido libro de estampas literarias sobre la isla, publicado por L'Avenç. Si además les diera por visitar Nápoles, entonces añadan un libro de relatos de Ana Maria Ortese, llamadoEl mar no baña Nápoles,de la editorial Minúscula. Uno y otro son textos escritos en los años 50, tras la segunda guerra mundial, y retratan una Italia pobre, pero dignísima, de gente en camiseta que habla por los codos y es fisgona y lista.
Quizá de entrada les parecerá que se trata de un tiempo muy lejano, pero el carácter de los que hoy viven allí no ha cambiado mucho, sobre todo en los pueblos. El gran mal, acaso, es el Gobierno en los últimos 20 años deSilvio Berlusconi y sus secuaces, que han dilapidado la alegría de los italianos y la han banalizado hasta límites grotescos.
A veces puede parecer que algunas salidas de tono deBerlusconi,como eso delbunga bunga,retratan un perfil italiano, pero no. Es una confusión. El italiano de derechas actual, engominado, que cuando ríe enseña los colmillos, es una deformación vulgar, una caricatura. Esos italianos despiertos y gritones que son la salsa de las películas deDino Risi o deFedericoFellinieran estudios del natural, supervivientes cada vez más raros de esa Italia anterior aBerlusconiy la mafia industrializada que ha descritoRoberto Saviano.
Por suerte, los paisajes sicilianos que muestraCarlo LevienLes paraules són pedresno han cambiado. El Etna en la lejanía, los cielos azules, los campos polvorientos, las casas blancas. Al principio del libro se cuenta un hecho memorable:Levidescribe el día en que el señorImpellitteri, que fue alcalde de Nueva York, vuelve de visita a su pueblo natal. Se armó un gran revuelo, con peleas y carreras entre vecinos para decidir cuál era su casa natal o pedirle favores. El coche del político se convirtió inmediatamente en una reliquia. Los locales lo tocaban y decían: «Así nos iremos a América».
Me pregunto si, cuandoBerlusconipasaba sus vacaciones en Villa Certosa, en la costa de Cerdeña, ya fuera con jóvenes azafatas, con su amigoGadafio con todos a la vez, hacían lo mismo e iban a verle para pedirle soluciones. No me lo imagino. En los últimos tiempos ha sido todo lo contrario: muchos italianos han emigrado a América o adonde sea para no tener que soportar aBerlusconi.
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