La rueda

El peligro de ser auténtico

ROSA CULLELL

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Llegué a Savonlinna, al sur de Finlandia, en pleno solsticio de verano y bajo el sol de medianoche. Me puse el bañador y salí corriendo. Sin pensar, cual ninfa de los lagos nórdicos, salté y me sumergí de cabeza en el agua cristalina. Ni siquiera recuerdo cómo conseguí salir y volver a mis aposentos. Tardé una hora, dos mantas y tres aspirinas en volver en mí. Tras reaccionar, un amigo finlandés me condujo en barca por entre miles de pequeñas islas hasta un bosque donde nos esperaba un sabroso asado de cordero cocido bajo tierra. Comimos, bebimos vodka, cantamos arias de ópera y nos metimos en la sauna. Me gustaron los finlandeses. Gente dura, inmune al frío y al calor, capaz de sumergirse en aguas heladas, para después sudar a 90 grados centígrados. Seres cordiales y cultos que hablan finés, sueco y sami (lapón). Ahora resulta, sin embargo, que aquellos no eran verdaderos finlandeses. Ciertamente, eran muy distintos a los votantes del partido Auténticos Finlandeses, esos ultraderechistas que esgrimen los peligros de una inmigración que solo supone el 3,5% de la población.

Cuando aparece la palabra auténtico delante de una nacionalidad hay que asustarse. Suele ir acompañada de gente que chulea de apellido con pedigrí y de líderes que se creen destinados a decidir quién es pura sangre. Y si ese grupo consigue casi el 20% de los votos, como acaba de suceder en Finlandia, me entran escalofríos. Peores que los sufridos al salir del lago. Se empieza haciendo exámenes de buen finlandés, francés o catalán y se acaba negando los derechos sanitarios a los últimos en llegar.

Recemos para que los ciudadanos europeos no se dejen engañar por tanto patriota exaltado. Tras este momentofreakyde señoras enseñando pechos estelados ante el Parlament, esperemos que vuelva elsenyy que consigamos distinguir larauxade la pura imbecilidad. Para ser catalán no es necesario envolverse en la bandera, admirar aMel Gibsonvestido de escocés, ni ponerse barretina. Aquí los auténticos, los racistas disfrazados de patriotas, aún son pocos. Se lo agradeceremos a Sant Jordi.