Pequeños detalles

El ala oeste de la Generalitat

JOSEP CUNÍ

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Comparación no es razón, reza un proverbio alemán. Eso no evita la tentación, allí como aquí, donde las comparaciones son odiosas. Motivo añadido para no relacionar aArtur Mas conMartin Sheen,el actor que dio vida a Josiah Bartlet, presidente fictício deEl ala oeste de la Casa Blanca. Tampoco el Palau de la Generalitat es el equivalente del centro de poder más importante del mundo. Ya nos gustaría. No obstante, el equivalente se ha hecho inevitable a partir de la puesta en escena de la comparecencia delpresidenttras la cumbre económica de hace dos semanas. En uno de los accesos del Palau de Pedralbes, tras un sobrio atril centrado entre dos columnas acompañadas por una bandera, más de un observador quiso ver alguna de las escenas de aquella serie de culto galardonada durante cuatro años consecutivos con otros tantos premios Emmy más un Globo de Oro al mejor actor para quien encarnó durante siete temporadas a un presidente demócrata que anteponía los valores a los intereses y se abatía cuando estos exigían su cuota. Luchas partidistas y contra los elementos políticos eran la base de un guión que intentaba reflejar con acierto la manera de gobernar aplicable hoy aObamacomo ayer lo era a George W. Bush.Solo que la tendencia izquierdista de la trama en plena etapa neoconservadora norteamericana ejerció un contrapeso considerable a las polémicas decisiones del amigo deAznar.Los capítulos trenzaban a la perfección vicisitudes públicas y reacciones privadas a través de un elenco de colaboradores del presidente que luchaban por la eficacia del Gobierno con la misma tenacidad que por la imagen de su líder, a quien matizaban mientras respetaban y protegían mientras escuchaban. Porque había un líder, sí, pero también su equipo de colaboradores más directos lo era. Hombres y mujeres muy puestos en su trabajo a favor de un servicio general más que a una causa personal. Y es ahora, cuando acabamos de asistir a la representación de los 100 primeros días del Gobierno catalán, cuando la relación parece más inadecuada. No por el elegante discurso institucional que ha sido fiel a los queArtur Masnos acostumbró desde la oposición, sino por las acciones que le han sobrevolado, las filtraciones que le han cuestionado y los silencios que le han acompañado. Conociendo al hombre fielmente reflejado tras la máscara que le quitóPilar Rahola, ha parecido vislumbrarse un toque de tozudez allí donde quizá pretendía perseverancia. Una pizca de rigidez allí donde pide flexibilidad y un halo de soledad allí donde precisa de compañía. La prueba es el reproche a los problemas de comunicación que se han resaltado y la falta de agilidad que se ha señalado. Porque más allá de las denuncias y las protestas contra una acción de gobierno, que se dan por descontadas, la acción hoy de un Ejecutivo no puede prescindir de la transparencia que, por otra parte, se reivindica. Y esta va ligada a otra manera de hacer, explicarse y comunicar de la que la política catalana está acostumbrada. La manera eficiente y ágil, clara y contundente deEl ala oeste de la casa Blanca. Si se trata de copiar, copiemos bien.