El debate territorial

Donde Catalunya se la juega

Hay que plantear con valentía cómo deberá ser la Barcelona metropolitana a 20, 30 o 50 años vista

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RAFAEL Pradas

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El alcalde de Lleida,Àngel Ros,ha utilizado imágenes plásticas para hablar de Catalunya, las comarcas del interior y el papel de su ciudad al decir que un país sin capital no es un país, es un territorio; y que un país sin territorio no es un país sino un área metropolitana.

En Catalunya, tres ámbitos pueden ser considerados metropolitanos, aunque con magnitudes difícilmente comparables: Tarragona-Reus-Valls, la propia Lleida y su entorno y Barcelona, grande y compleja, que provoca entusiasmos y recelos. En cualquier caso, junto a una realidad metropolitana innegable aquí hay territorio, país y capital. De lo que se trata es de aprovecharlo bien. Lacuestión metropolitanadeberá figurar en la agenda de trabajo de la Generalitat, el Ayuntamiento de Barcelona y los demás municipios y entidades del territorio (diputación incluida) sea cual sea el resultado de las elecciones municipales del 22 de mayo. Creo que sentido común, realismo y visión de país lo aconsejan.

No es exagerado decir que el desarrollo futuro de Catalunya puede verse condicionado por cómo se jueguen las cartas en el ámbito metropolitano, un término que resulta demasiado genérico para definir dos realidades relativamente diferentes y que precisan actuaciones también diversas: de un lado, el área metropolitana instituida -la aglomeración de Barcelona-, reconocida por el Parlament en el 2010 mediante una ley que debe desarrollarse, y de otro la región metropolitana, ámbito de planificación urbanística, servicios y grandes infraestructuras, con un plan territorial aprobado por la Generalitat también el año pasado. En el áreapequeñavive más del 40% de la población catalana, y en la región metropolitana, el 70%, distribuida en 164 municipios y siete comarcas.

Hace cien años, la extensión del Eixample sobre el llano y las anexiones de municipios permitieron que Barcelona emergiese como una gran ciudad, la más poblada y próspera de España, como metrópolis, en definitiva. La potencia de la Barcelona de hoy proviene, sobre todo, de su condición de centro de una región metropolitana de gran entidad económica, social y cultural, con suficiente masa crítica y capacidad de generar economías de escala. La Barcelona potente y con marca acreditada contribuye, a la vez, al liderazgo euromediterráneo de Catalunya.

La dimensión metropolitana es también interesante para el consumo interior, como contrapeso de Madrid. El equivalente de la capital española, con más de tres millones de habitantes sobre 600 kilómetros cuadrados (más de 500 de ellos de 13 pueblos y ciudades anexionados entre 1948 y 1954), no es, evidentemente, la Barcelona estricta, que apenas alcanza 1.700.000 habitantes sobre poco más de 100 kilómetros. Es, como mínimo, la gran Barcelona de la treintena de municipios vecinos, que supera los tres millones.

Sin duda, el veto del franquismo a que Barcelona creciese a costa de agregar otras poblaciones ha contribuido a impedir la suburbialización a pesar de la especulación del suelo y del desorden histórico. En el área de Barcelona no hay 50.000 personas viviendo en chabolas en condiciones de extrema precariedad como en Madrid, en gran medida por el empeño de los ayuntamientos democráticos en controlar sus propias periferias. La realidad metropolitana se ha edificado, pues, sobre la ventaja de la diversidad de centros y de haber conseguido, desde el municipalismo y la concertación, que las ciudades no fuesen solamente fábricas o dormitorios sino ámbitos de relación, ocio, cultura, inteligencia y emoción cada vez más compartidos.

Pero ahora quizá hay que replantear algunas cosas. Si es verdad que el mundo es cada vez más global y competitivo y que eso obliga a repensar situaciones que nos parecían lógicas, habría que dar nuevos pasos con visión de futuro, más allá de lo políticamente correcto o de la dicotomía Barcelona/comarcas, para imaginar con valentía cómo deberá ser la Barcelona real dentro de 20, 30 o 50 años y cómo hay que preservar y ordenar bien el territorio para poder ser país. Ganar o perder colectivamente las grandes batallas relacionadas con el uso del suelo, el transporte público y privado, la orientación de la actividad económica, la formación escolar y la cultura no es solo una cuestión urbanística, sino que depende sobre todo de la decisión política y la voluntad.

Sobre todo ello hay muchos interrogantes: relacionados con el actual número de municipios, planteado en términos de eficiencia y de servicio a los ciudadanos; con el consumo de suelo urbanizable fuera de la primera corona metropolitana y el riesgo de seguir apostando por la ciudad dispersa; sobre la oportunidad de recortar inversiones en infraestructuras, metro o ferrocarriles. En el campo económico planean necesarios debates sobre el modelo productivo -¿solo economía del conocimiento?- y la conveniencia, seguramente, de agrupar iniciativas dispersas. Y sobre cómo reforzar el papel de las grandes ciudades externas a Barcelona. Sin olvidar el factor humano: mal irá, por ejemplo, si no se aborda el fracaso escolar o si ser barcelonés metropolitano no es algo más que una mera adscripción geográfica.Periodista.