Las tendencias del urbanismo

La piedra vieja, arma del populismo

Con los falsos materiales 'nobles' se relega la serialización arquitectónica que conlleva igualdad social

La piedra vieja, arma del populismo_MEDIA_2

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ORIOL BOHIGAS

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El diseño de los espacios públicos siempre ha provocado una serie de pintorescos comentarios en los que las consideraciones prácticas y las observaciones funcionales justificadas por el uso y el rendimiento se mezclan confusamente con pobres prejuicios estéticos influidos por las convenciones tradicionales. Por ejemplo, las protestas contra el cemento -y contra la estética del cemento- son un recurso habitual desde hace años en las discusiones originadas por los proyectos urbanos de Barcelona. No queremos más cemento es un grito de guerra que ha servido para criticar las plazas duras, para aludir metafóricamente a la carencia de parques y la densidad de construcción, para proclamar una posible humanización de los espacios urbanos.

Así como la referencia al cemento ha sido siempre peyorativa, hay otros materiales de construcción que con los dicterios populistas han sido elevados a la excelencia. Por ejemplo, la piedra y la madera. Cuando alguien acusa a ciertos materiales modernos -hormigón, hierro, cristal- de ser factores de deshumanización, siempre se le ocurre afirmar que hay otros materiales que sí son nobles por naturaleza, como la piedra y la madera. Es sorprendente ver cómo en la remodelación de la plaza o la calle de un barrio modesto se reclaman piedra y madera

-contra cemento y hierro-, del mismo modo que se exigen en las torres y torrecitas de la alta burguesía de la Costa Brava y la Cerdanya, donde los funcionarios del buen gusto han llegado a prohibir por decreto la arquitectura que no aparente ostentosamente estos materiales. Todo el mundo coincide en lo siguiente: la estética de la artesanía, de las texturas, de los defectos de oficio, del trabajo manual esclavizante, de la carencia de industrialización en el dominio de los elementos naturales, de la anécdota de la imperfección es lo que da un signo de distinción e incluso de elegancia. Que todo parezca antiguo o, quizá, simplemente viejo. No solo en las casas de los grandes burgueses que quieren disfrazar la magnífica vulgaridad de los sistemas del hormigón, el hierro, el cristal y otras modernidades, sino también en los espacios colectivos más populares de la ciudad. Hay que disimular la estética procedente de los procesos de industrialización, la estética pura y ahorradora de todo lo que implica acomodación democrática y serialización en el esfuerzo hacia la igualdad social y económica. Es decir, el prestigio -incluso entre las clases populares— descansa en la presencia presumida, y falsa, de las antiguallas.

Ahora mismo, en Barcelona estamos viviendo una experiencia significativa en estos aspectos: el cambio de pavimentos en Ciutat Vella. Supongo que bajo la influencia del No queremos más cemento, casi sin darnos cuenta estamos repavimentando todo el barrio con piezas de piedra natural. Y todo el mundo está satisfecho porque la ciudad parece así más envejecida, más elegante y más exclusiva: piedra sí, pero cemento no. Y la consecuencia ha sido el desastre típico de las situaciones falsas y tramposas. El pavimento de piedra que en estos últimos años se ha utilizado es un desastre: nunca se han necesitado tantas reparaciones, nunca ha habido tantas calles intransitables por las roturas y la reparación.

¿Y qué prestigio y tradición se reclama con todo esto? Una tradición que va en contra de uno de los grandes aciertos de los pavimentos históricos de Ciutat Vella: el viejo y eficaz, económico y funcional panot de cemento: pieza pequeña, muy gruesa, fácil de reparar por sectores y capaz de resistir -por sus pequeñas dimensiones más que por la resistencia a la inestabilidad— los distintos pesos de la circulación de los peatones y los vehículos. Hace unos años, atendiendo a este principio, el ayuntamiento inició la imposición en todo el distrito de una nueva versión del panot con una forma y una medida más complejas y con ofertas de tramas alternativas. Fue un acierto. Pero para lograr el éxito que se merecían estas piezas tenían el problema gravísimo de estar construidas con el mismo cemento, un material ya mal clasificado en las abusivas metáforas populistas como expresión de la inhumanidad y la insensibilidad de los arquitectos y los especuladores.

He utilizado el ejemplo del panot y podríamos hablar de algunos más, incluso en el campo de la política y los cambios sociales y económicos: todo se mantiene con una estructura permanente que se disfraza cada dos por tres con versiones electoralistas parecidas a las de la piedra y la madera ornamentales que no traducen la realidad del entramado social y político. Y estos disfraces van deteriorando la situación porque frenan la penetración de cambios en la estructura esencial y permiten que las actitudes populistas y los falsos ideólogos de otra modernidad tengan un campo de juego fácil sin ningún resultado eficaz. Y, así, mientras tanto, todo puede quedar igual, aparentando que algo -la piedra y la madera- está cambiando.

Arquitecto.