El turno

El destino de los árabes

MARTÍ GIRONELL

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Estaba escrito. Y lo estaba como también lo está el destino de otros muchos pueblos, como por ejemplo el nuestro. El destino del pueblo árabe era conseguir la libertad que los Mubarak, Gadafi oBen Alíde turno, con la connivencia de Occcidente, le habían ido negando durante tantos años. Y ya estaba escrito en el clásicoLas mil y una noches, aquella recopilación de relatos que tiene el destino como protagonista de las muchas historias que se narran. Cada cuento empieza, como decíaPier Paolo Passolini, con una «apariencia de destino» que se manifiesta a través de una anomalía. Ahora, léase o interprétese como anomalía aquella acción de un comerciante de prenderse fuego para protestar por los precios de los alimentos. Y una anomalía siempre genera otra, aunque sea por mimetismo o por empatía. Por tanto, se establece una cadena de anomalías que se extiende y se propaga como un virus liberador. Una cadena de anomalías estimulante que a medio o a largo plazo siempre tiende a volver a la normalidad.

En el final de cada historia deLas mil y una noches hay una «desaparición» del destino, que se hunde de nuevo en la somnolencia de la vida cotidiana. Y este también puede ser el gran peligro para las ilusiones de millones de ciudadanos de estos países árabes: que el día a día amortigüe las revueltas y las acabe arrinconando. Este no puede ser el destino del destino de los árabes. Las mil y una noches que viven millones de árabes manifestándose y concentrándose dan paso a días de ira, de victoria, de gozo o de celebraciones cuando gracias a la constancia y a la perseverancia consiguen revertir lo que hasta ahora había sido una pesadilla. Consiguen que un sueño se convierta en realidad: ser libres. Era su destino, y si no lo era, todos, hombres y mujeres juntos, han empujado en la misma dirección para torcer la tendencia, para sacarse de encima la mano que los asfixiaba y no les dejaba respirar. Ahora más que nunca no se les puede dejar solos.