Dos miradas

La luz y la pantalla

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Una madre, en una sesión sobre la implantación de portátiles en las aulas, formuló preguntas sobre la viabilidad del proyecto, las conexiones a la red, la llegada de los ordenadores, y el tipo de enseñanza que recibiría su hijo. Eran las inquietudes de una madre preocupada, como los demás padres, ante una experiencia que nunca antes había vivido. La respuesta del profesor fue contundente: «Si no llegan a tiempo los ordenadores, si se estropean o si la red no funciona, pues nada, volveremos al papel y al lápiz, que es lo que se ha usado siempre». Aquella mujer no sabía si reír o llorar. Ahora, ante la idea de laconselleraRigau de replantear la bondad de la tecnología como método pedagógico universal, tampoco debe de saber qué cara poner. O sí: la cara de estupefacción, la cara de abatimiento, la cara de desconcierto. Quizá la de indignación. ¿En qué quedamos? ¿Exponemos a nuestros hijos a la escena fija de una pantalla o volvemos a los libros de siempre? Y los que no tendrán portátiles, ¿cuándo sabremos si serán más sabios que los compañeros conectados?

Un ordenador sirve para contar cuántas aliteraciones tiene un poema o para marcar los asíndetons (¿y qué carajo son?) de un texto. Pero no sirve para entenderlo, para leerlo, para incorporarlo a la educación sentimental. Esta es la historia: estamos pendientes de la luz de la pantalla y no de aquello que debería iluminarnos.