Pequeños detalles

Una obra de misericordia para España

JOSEP CUNÍ

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España es un país sediento. De urnas, segúnMariano Rajoy, porque anhela los resultados electorales que le auguran las encuestas y teme que, cuanto más tiempo pase, menos posibilidades le queden al PP de mantener la amplísima ventaja electoral que le lleva ahora al PSOE. Sed de credibilidad, según los mercados y por mucho queAngela Merkel avale los pactos sobre las pensiones entre el Gobierno y los agentes sociales y a pesar de que estos mantengan que queda mucho por concretar y el Ejecutivo por revisar. De reformas también hay necesidad porque los parches presentados hasta ahora no resuelven nada por sí mismos sin una reorganización a fondo de las bases de nuestra economía y una adaptación a las exigencias reales de Europa y de eso que hemos dado en llamarlos mercados.O sea, el mundo en el que vivimos. De todos estos aspectos, España necesita beber largos tragos procurando no intoxicarse ni atragantarse. Por la intensidad de su fórmula o por la cantidad de líquido ingerido. No sea que el péndulo se dispare al otro extremo después de haberlo empujado al punto de un exagerado chovinismo económico vinculado a una excesiva autosatisfacción patria. Pero, por encima de todas estas necesidades vitales, lo que nuestra ciudadanía realmente tiene es sed de verdad. De verdad de la buena. Porque sin una exposición clara y transparente que rezume sinceridad y contagie un sentimiento de comprensión que genere una gran complicidad, nada de lo que suceda y mucho menos nada de lo que se diga será entendido como la certeza imprescindible. ¿O es que vamos a ganar credibilidad en el exterior manteniendo tan altas cotas de desconfianza en el interior? Hace tiempo, demasiado tiempo, que la política juega con la mentira. O, si lo prefieren, con las medias verdades que a veces son peores. Razones que el corazón no entiende o intereses que la razón no comprende. Discursos que aún vendiéndose como actuales no son más que reciclaje de monólogos antiguos y superados, hijos, a su vez, de tiempos pasados e ideologías inalteradas. Y así se ha ido hilvanando un argumentario que solo sirve a los afines a los partidos para mantener su espíritu de grupo. Sermones cargados de frases, sentencias, eslóganes, para que, levantada la sesión, salgan a las calles a predicar una nueva nada vigente y cada vez más increíble si es que todavía queda alguien que no haya visto marchitar su ilusión. Por eso hay sed de verdad. Como la hay de justicia en muchas acepciones de la palabra. Social y penal, ética y moral. Y sin una recomposición de los valores ni una redistribución de la riqueza, sin una credibilidad del sistema ni una veracidad de sus comportamientos, esta ciudadanía invitada a las urnas periódicamente va a seguir buscándose la vida alternativamente hasta consumar el divorcio que sigue a la actual separación. Claro que para que esto suceda la verdad debe aflorar en todos sus sentidos.

Y lo primero que hay que decirle a la sociedad es que este es un país subvencionado donde el Estado del bienestar se ha confundido con el pronto pago a todo lo que se mueve. Y así ni vamos ni se nos espera.