Dos miradas

Fumando en la terraza

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Un mes después de haber prohibido fumar en bares y restaurantes, la batalla parece que sigue, sobre todo la dialéctica. Hay responsables de Sanidad que detallan el plan de las empresas tabacaleras para luchar contra la legislación como si se tratase de una respuesta pensada, estratégica, bélica. Hay, también, destacados intelectuales que argumentan a favor del tabaco con ideas que basculan entre la libertad del individuo y la llegada de un Estado despótico que no debería poder incidir en la intimidad de las personas. Hay empresarios que se quejan de la medida porque pierden mucho dinero y otros que calculan qué inversión deberán hacer en las terrazas para que les salga a cuenta aprovechar este espacio exterior, ahora tan preciado. Hay grupos en internet que claman a favor del usufructo de estas terrazas por los fumadores. «Si aguantamos el frío y la lluvia todo el invierno, cuando llegue el buen tiempo nos tocará disfrutar de privilegios», dicen. En el otro lado de la barrera he leído una carta al director en la que un no fumador se queja justamente de lo contrario, de que las sillas de anea o de playa donde, a partir de la primavera, se tomaba un café con calma, ahora serán un espacio invadido por la prepotencia del humo. Lo cierto es que, fumando fuera, se hacen nuevas amistades e incluso hay margen para que el amor apasionado estalle entre cigarrillo y cigarrillo. ¿De qué nos quejamos, entonces, los fumadores?