Un factor clave del conflicto de Oriente Próximo

Teherán-Washington, 30 años después

La crisis de los rehenes, iniciada en 1979 y resuelta en 1981, marca aún hoy la relación de Irán y EEUU

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ANTONI SEGURA

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Lucía el sol pero la mañana era fría cuandoRonald Reagancontempló la multitud que llenaba el East Mall

y la explanada del monumento a Washington mientras prestaba juramento como 40º presidente de Estados Unidos. Después pronunció el discurso de investidura: «Ningún arsenal, ninguna arma de ninguno de los arsenales del mundo es tan formidable como la voluntad y el coraje moral de los hombres y las mujeres libres... Que se enteren los que practican el terrorismo y oprimen a nuestros vecinos».Jimmy Carter,arropado con una gabardina de color tabaco, no le escuchaba, puesto que solamente estaba pendiente de las noticias de Teherán. Poco después llegaba la confirmación: el avión argelino que transportaba a los rehenes hacia la base de Wiesbaden (República Federal de Alemania) había salido del espacio aéreo iraní. Acababa así la pesadilla de los 52 rehenes (13 mujeres y afroamericanos habían sido liberados en noviembre de 1979, y un rehén enfermo, el 11 de julio de 1980) secuestrados durante 444 días en la Embajada de EEUU en Teherán. Era el 20 de enero de 1981, hoy hace 30 años.

La ocupación había empezado el 4 de noviembre de 1979 y había sido planificada por un grupo de estudiantes -entre ellos, muchos sitúan aMahmud Ahmadineyad,el actual y controvertido presidente iraní- como una acción simbólica destinada a apoyar al sector más radical del clero chií en la subterránea lucha por el poder que siguió a la revolución. Se había concebido como una operación de unos pocos días, y que, sin duda, concitaría la adhesión de todos los grupos políticos, puesto que no se perdonaba a EEUU la participación de la CIA en el complot que acabó con el Gobierno nacionalista deMohamad Mossadeghen 1953. Sin embargo, el secuestro se alargó más de un año a raíz del traslado delshaa EEUU, del apoyo del ayatoláJomeinia la invasión y de la desafortunada operación de rescate que intentó el presidenteCarteren abril de 1980.

La revolución de Irán rompió el ya de por sí frágil equilibrio geopolítico de Oriente Próximo, que desde la independencia de Israel en 1948 había conocido cuatro guerras entre árabes e israelís, y desde 1975 una guerra civil en el Líbano que se prolongaría hasta 1989-1991. Fue en el contexto de esa guerra civil que en 1983 hizo su aparición el radicalismo chií, con conexiones con Teherán y Damasco, en forma de atentados suicidas contra la embajada de EEUU y los cuarteles de las tropas norteamericanas, francesas e israelís en el Líbano. El balance, casi 450 muertos.

La toma de la embajada provocó la ruptura de relaciones diplomáticas entre Washington y Teherán y los atentados de 1983 contribuyeron a hacer todavía más difíciles estas relaciones. Desde entonces, EEUU ha acusado a Irán de financiar el terrorismo internacional y ha decretado medidas de embargo en varias ocasiones (1979-80, 1987, 1995 y 1997), a pesar de que se suavizaron a partir del año 2000 y después del 2008.

La actitud actual de Washington pivota sobre el recuerdo de la toma de la embajada ahora hace 30 años y sobre dos acusaciones. Por un lado, la amenaza que supone el desarrollo de un programa nuclear iraní con finalidades militares. Desde la perspectiva iraní, este programa debería garantizar la seguridad del país en una región del mundo en la que existen potencias nucleares regionales (incluyendo Pakistán, un país de mayoría suní en proceso de quiebra) y, en cierta medida, es una actitud independiente de la propia naturaleza del régimen. Por otro, se destaca la financiación por Irán de organizaciones como Hizbulá o Hamás, que a menudo son incluidas en el cómputo del terrorismo internacional. Pero se olvida que esas organizaciones se insertan en el marco de un conflicto de ocupación territorial en el que casi nadie actúa de acuerdo con la legalidad internacional y que el principal icono del terrorismo internacional, Al Qaeda, es profunda y beligerantemente antichií, de tal modo que la mayor parte de las víctimas de Al Qaeda se han producido en países musulmanes. En suma, el carácter acentuadamente sectario y antichií de Al Qaeda hace imposible cualquier aproximación al radicalismo chií e, incluso, con organizaciones sunís que actúan en el marco de un conflicto de ocupación (en Irak las milicias sunís, después de una efímera alianza inicial, han acabado combatiendo a las fuerzas de Al Qaeda).

En definitiva, tal como concluía el Informe Baker-Hamilton (diciembre del 2006), Washington deberá contar con Teherán para salir de Irak y deberá poner en práctica políticas multilaterales regionales para resolver la conflictiva situación de Oriente Próximo. Y lo deberá hacer sin legitimar a un régimen teocrático que amordaza, encarcela y asesina a la oposición (como hizo con la revuelta posterior a las elecciones del 2009) y practica una terrible discriminación de género. Pero para ganar credibilidad tendría que distanciarse también de otros regímenes aliados que conculcan los valores democráticos y los derechos humanos, recortan las libertades y practican una discriminación de género igualmente terrible. Catedrático de Historia Contemporánea de la UB.