AM y FM

En las reuniones de jurados de premios literarios, de vez en cuando surge una reflexión que pretende ser positiva y que esconde un trasfondo triste. «Esta (hablando de cualquier obra) tiene un catalán que es bueno, sin faltas». Es un elogio, por supuesto, pero no tendría que serlo. Deberíamos suponer que el primer requisito para presentarse a un premio literario es que el original no tuviera faltas, que fuera un ejemplo de bondad gramatical. Como mínimo, eso. Es decir, convertimos en virtud lo que tendría que ser una obligación. Con el traspaso de poder entre Montilla y Mas se podría decir lo mismo. Nos alegramos de la pulcritud y del sentido institucional cuando tocaría que siempre fuera así y que no fuera noticia algo que tendría que formar parte de la más estricta normalidad democrática. Pero somos un país falto de unas formas que, cuando aparecen, nos dan un plus de satisfacción nacional. Es aquí donde radica la importancia de esta toma de posesión tranquila y ordenada. En la continuidad de una tradición política en la que se fundamentan los deseos de soberanía, sean cuales sean los objetivos de las fuerzas que protagonizan el cambio.

La irrupción de Ferran Mascarell en el Ejecutivo de Mas remacha el clavo de un estilo que ahora se presenta abierto y sin sectarismos. Habrá que ver cómo se vive esta nueva etapa. Más que el Govern de los mejores, me gusta pensar que es el de los necesarios.