La rueda
El calcetín de Oriol Bohigas
Entre las frases del escritor Jorge Semprún, hay una que al leerla me produce auténtico escalofrío: «Lo triste de la muerte es lo que dura la descomposición, el ir muriéndose». Pues bien, así se encontraba el Ateneu Barcelonès a finales del 2003 cuando uno de nuestros últimos catalanes visionarios, Oriol Bohigas, accedió a dirigirlo. Siete años después, ha dejado de morirse, de descomponerse, y celebra su 150º aniversario en auténtico estado de gracia. Los ateneos nacieron en el siglo XIX como centros de sociabilidad burguesa, lugar de encuentro de hombres (las mujeres no accedieron hasta bastante más tarde) con intereses científicos, literarios o políticos. Eran entidades clasistas y elitistas porque así era la sociedad de entonces. En el siglo XX los poderes públicos en Occidente desarrollaron bibliotecas, museos y todo tipo de centros culturales, y por eso hoy en Europa ya no existen ateneos. En nuestro país, en cambio, el relativo subdesarrollo en el que estuvimos hasta hace pocas décadas permitió la supervivencia de este tipo de entidades, aunque siempre ocupando tristes funciones de suplencia.
Por eso lo realizado estos años en el Ateneu merece más de una reflexión. Primero, porque subraya que el problema a menudo no es tanto la falta de dinero como de ideas. Segundo, porque pone de manifiesto que nuestra sociedad civil no se acaba en el manoseado Palau de la Música, ni tampoco en la redentora Òmnium Cultural, ni menos aún en el comercial Barça o en las múltiples entidades económicas. Y, tercero, porque el nuevo Ateneu expresa bien esta etapa más madura en la que nos encontramos, lejos de partidismos estrechos, pero también de gremialismo y corporativismos. O sea, que la sociedad civil también puede reinventarse. Recuerdo que la primera boutade que escuché a Bohigas en el Ateneu fue que pensaba darle la vuelta como si fuera un calcetín. Pues bien, la entidad no solo ha hecho unas obras en su edificio del todo extraordinarias, sino que hoy está llena de vida, de juventud y de interés. El calcetín de Bohigas ha demostrado ser no tan solo una divertida ocurrencia, sino todo un programa de gobierno.
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